Mujer prohibida: 6. Cristóbal y Mía se entregan
La sedujo de forma imposible, y de a poco, le fue quitando la ropa, disfrutando a plenitud de cada trozo de piel expuesta, de cada gesto y gemido.
Cuando la supo desnuda, tuvo que hacerse un poco hacia atrás para poder admirarla. Era perfecta. Todo de ella lo era. El cabello en su rostro. Los labios ligeramente hinchados y las pupilas dilatadas. Su piel blanca. Ojos claros, brillantes, únicos. Ligeros lunares adornando largamente su piel.
— Eres tan hermosa, Mía — la aduló en voz baja, mientras acariciaba lentamente sus piernas hasta llevar a la curva de su cintura. Posteriormente, tiró de ella y la pegó a él, luego se inclinó contra su boca —. Tan jodidamente hermosa.
Mía cerró los ojos al sentir en su aliento fresco una caricia divina, y pasó un trago antes de abrirlos.
— Tú… también eres hermoso, Cristóbal — le dijo con dulce inocencia, y Cristóbal no pudo evitar sonreír con ello y asaltar su boca en un nuevo beso que, sin darse cuenta, los llevó a un punto de verdadero no retorno.