El peor castigo: 2. Solo fuiste una aventura, Emma
Llamadas y mensajes de textos sin contestar.
Emma había estado tratando de contactarlo durante los últimos días y Matías solo podía pensar en lo idiota que había sido a lo largo de ese año.
— Señor, el jet está listo. Despegamos en dos horas — Santiago Torres, su secretario privado y jefe de escoltas, lo sacó de sus cavilaciones. Pero no respondió — ¿Señor?
— ¿Qué? — contestó de mala gana, pues en serio estaba que ni el sol lo calentaba.
— También me informan de recepción que… la señorita Emma está aquí.
Al fin alzó el rostro. ¿Cómo diablos se atrevía a buscarlo? Pensó con impotencia.
— Que no la dejen entrar.
Santiago frunció el ceño.
— ¿Señor?
— ¡Ya me escuchaste, carajo! ¡Qué no la dejen entrar!
Desconcertado, el hombre terminó por asentir.
— Sí, señor — entonces comunicó la orden de su jefe al equipo de recepción.
Una hora más tarde, su equipaje ya estaba listo.
— Nos vamos — anunció con esa frialdad que ahora lo cobijaba y salió del pent-house. Esa misma mañana lo había arreglado