49. Asumir el lugar que le corresponde como la señora Cienfuegos
— No aprendiste la lección, ¿verdad, Amelia? — preguntó Caterina, mientras cerraba la puerta tras de sí.
Pero Amelia alzó el mentón y se interpuso entre ella y la figura laxa del padre de sus hijos.
— ¿Qué está haciendo aquí?
— Vine a ver a mi hijo, ¿no te parece obvio? Hazte a un lado. Mira cómo está por tu culpa. Siempre supe que lo destruirías.
— ¡Aquí la única que nos destruyó fue usted, con sus mentiras y engaños! ¡No voy a permitir que se acerque a Cristóbal! ¡Sobre todo ahora que sé la verdad!
Caterina entornó los ojos.
— ¿Qué verdad?
— Usted no es la madre de Cristóbal.
— ¡Cállate! ¿Quién te dijo esa mentira? ¡Cristóbal es mi hijo y ni tú ni nadie me va a impedir estar cerca de él! — amenazó, y de pronto, sacó de su espalda una navaja. Amelia abrió los ojos y se protegió el vientre por instinto.
Caterina la evaluó.
— ¿Por qué te llevas las manos al vientre? — exigió saber en un gruñido, sospechando. Amelia no respondió — Estás embarazada otra vez… ¡Mald¡ta mosca muerta! ¡Estás