STEVEN
Alan me encuentra tumbado en el sofá, con el brazo doblado sobre la cabeza y un vaso de whisky apoyado en la mesita de café a mi lado.
—¿Qué estamos celebrando? —aspira el contenido del vaso y arruga la nariz.
No contesto, no tengo ganas de hablar, pero no contaba con la obstinación de mi amigo.
—Steve, ¿me vas a decir qué pasa o debo seguir una corazonada?
—¡No quiero hablar de ello! —respondo con brusquedad.
Permanece en silencio durante unos instantes y luego me agarra por los brazos y tira de mí para que me siente con fuerza.
—Vamos Steve... nunca ha habido secretos entre nosotros, siempre nos hemos contado todo —dice Alan mientras se sienta a mi lado.
—Esto es ridículo. —Sonrío con la cara desencajada.
—¿Qué crees que está mal? Soy rico, soy guapo —enumero con los dedos—, tengo una vida social satisfactoria, todas las mujeres caen a mis pies...
—Pero te falta algo —concluye para mí con un tono empático.
Aprieto los dientes para no contestar, pero ha acertado.
—Oye, tío. —M