41. A menos que quieras quemarte…
Octavio sale al patio encendiendo un tabaco con manos temblorosas. El clic del encendedor rompe el silencio denso del lugar. Traga una bocanada de humo que arde en su garganta, tratando de sofocar el enojo que le quema la sangre como fuego líquido. Pero no lo logra. No cuando, desde la cocina, se cuela el sonido áspero de un gruñido que le eriza hasta la nuca.
Su mandíbula se tensa hasta doler, los músculos crispados y la piel electrificada por una furia que apenas contiene. Una corriente de rabia le sube por la columna, y sin pensarlo, arranca el tabaco de sus labios y lo aplasta con violencia contra la tierra húmeda de una maceta cercana, extinguiendo su llama como si fuera el cuello de quien lo irrita.
Gira sobre sus talones con un movimiento felino, los ojos encendidos, la respiración agitada. Entra a la casa como un vendaval, el eco de sus pisadas golpeando con dureza el reluciente mármol bajo sus pies, como un anuncio de tormenta inminente.
Al llegar a la cocina, su mirada