5. Trato hecho

Pero María Teresa es mucho más rápida y se suelta de él mientras traga saliva y lo señala.

—¡Es un cínico! —exclama—. ¡Es un completo cínico! ¿Me quiere mentir? Pues, no. No se atreverá a mentirme. 

Luis Ángel Torrealba entrecierra sus ojos, y se mete las manos en los bolsillos. 

—Cómo guste. Yo no la obligaré a hacer algo que no debe. Pero es algo…

Pero María Teresa vuelve a la negación junto a sus movimientos y toma el pomo de la puerta justo para salir de aquel sitio.

—Señorita…

—Le advierto, no se acerque a mí. Porque si no…no respondo —y María Teresa se apresura entonces a dirigirse por el mismo pasillo hasta que vuelve a respirar, y acometer una pequeña pero gigantesca respiración. Se afianza a la pared para solventar todo lo que siente y abre los ojos.

Pero María Teresa no puede continuar con esto. Explotará nuevamente si alguien se atraviesa en su camino, sólo traga saliva y continúa con su camino. Debe salir de ahí, al menos, para pensar en lo que deberá hacer a partir de ahora.

¿Qué es este sentimiento que abarca su completa desesperación? ¿Qué tuvieron aquellos ojos para ponerla en aquel estado? ¿Quién es Luis Ángel Torrealba y por qué cree que tiene el derecho de hablarle así? De tomarla así…de decirle aquello. María Teresa no controla su acelerado pulso y sin mirar hacia atrás sale del pasillo y camina entre la poca gente que se encuentra en la clínica, porque lo único que parece calmar es la serenidad que golpea su rostro y su cabello castaño.

¿Lo volvería a ver?

Ah, María Teresa en tan sólo un día te ha pasado de todo. ¡Qué suerte la tuya! Su único deseo es ver a su pequeño, a su vida, a su luz. Y ha tomado una decisión cuando vuelve a sentarse en las sillas metálicas y se toma del rostro. 

—Mi pequeño —recuerda a su ángel, lejos de ella ahora mismo—. Haré todo lo posible por conseguirlo. Por darte la vida que mereces. Lo cumpliré, lo haré. Tan sólo, Dios Mío, mándame consuelo, mandame una esperanza. Te lo ruego…

Sin embargo, de pronto ocurre algo que la hace quedar inmóvil en su sitio, al tiempo que las lágrimas caen sobre sus mejillas morenas. Porque cuando puede voltearse, una enfermera se acerca para entregarle un sobre. María Teresa no puede comprenderlo.

—¿Qué es esto?

Al instante que pregunta, no se imagina nunca lo que llega a sus oídos de una manera impresionante. 

—Es el pago ya sellado y realizado para la manutención de su hijo. 

María Teresa mira lo que se le entrega, sin saber cómo reaccionar. Niega rotundamente.

—No, señorita. Debe estar equivocada, yo no he pagado nada.

—Eso me indicaron justo hace un momento, señora. El seguro y todos los gatos de su hijo ya fueron pagados

—¿Pagados? —María Teresa tiene que calmarse para poder conciliar lo que se le dice.

—Señora, debe saber que el estado de su bebé es muy grave, hasta que el doctor diga lo contrario. Y está prohibido que salga junto a él, porque el niño está en un estado delicado de salud, así que debe quedarse. Todo los servicios están pagados, su hijo estará bien.

—¿Pero quién pagó esto? ¿Quién los firmó, señorita?

La enfermera entonces le entrega el sobre, y María Teresa lo contempla con mohínes desconcertados y sorprendidos.

—Todo gasto corre por la cuenta del señor Luis Ángel Torrealba. Ahora sí me permite, señorita, tengo que retirarme. 

Conforme la enfermera avanza por el pasillo, María Teresa no puede creerlo 

Tiene que girarse y sentarse en un estado de shock. Y cuando puede apenas entender que el apellido de ese hombre salió por ese único motivo, su corazonada se hace realidad. La luz que observa ahora es sólo un destello, porque sin pensarlo y sin imaginarlo, observa entonces al mismo hombre que acaba de ser nombrado. Se levanta de su asiento, agonizando y sin entender todo esto.

—Señor —pronuncia entre la espada y la pared.

Parece no ser un sueño aquel hombre. Porque es el mismo de hace tan sólo unos momentos. Aquel, que había dicho las palabras que se quedaron en María Teresa cómo se queda un recuerdo que nunca se olvidará.

—No se preocupe. Estoy cumpliendo con lo prometido —y es lo que recibe por su parte. Luis Ángel Torrealba no es una visión de la imaginación. Es él quien está enfrente de María Teresa.

Tiene ella que observar el cheque en sus manos. 

—Es que no lo comprendo. Mi cabeza me duele de tanto buscar una respuesta a esto, pero yo —traga saliva y alza su mirada para averiguar la suya—.  Gracias por preocuparse por mi hijo. Yo no sé qué…

—Ya le dije, no me lo agradezca. Ya le he dicho mi propuesta, y lo que le espera de mi trato. Sin más qué decirle, espero que pueda recuperarse. Está en buenas manos. Buenas noches, señorita.

—Espere —María Teresa lo detiene—. ¿Por qué razón lo ha hecho? ¿Qué tengo que hacer ahora para pagarle todo esto? Debió preguntar antes de hacerlo.

—No tengo motivos. Su hijo recibirá las mayores atenciones, señorita, y no creo que importe ahora las denegaciones por su parte. Y no se preocupe, no pido nada a cambio. No quiero que me pague lo que he hecho. Debe preocuparse por usted ahora, y buscar la manera de pasar la noche.

María Teresa cierra los ojos con fuerza. Este hombre es un huracán de contradicciones, con aquella soberbia y arrogancia que inunda sus ojos. Destila la compasión que debe ser adorada porque viene de un millonario como él. Y María Teresa tiene tantas cosas en la cabeza que ni siquiera tiene ya las fuerzas para continuar recriminando. ¿Lo haría? Ha pagado los gastos de su bebé, cuando ella nunca iba a poder hacerlo.

—No tengo —se moja los labios y suspira—. No tengo donde pasar la noche. Pero no se preocupe por mí. Estoy en deuda con usted por lo que ha hecho. Y haré lo necesario para pagarle cada centavo que ha gastado en mi hijo. 

Luis Ángel Torrealba queda un momento en silencio. Se gira nuevamente hacia María Teresa. Aquella mirada esmeralda se adentra nuevamente en su alma.

—Entonces trabajé para mí, mientras su hijo se recupera. De esa manera estará al tanto de él, y como me ha dicho que no recibirá nada de mí, le ofrezco un trabajo.

María Teresa lo ve fijamente.No recibirá nada por parte de él, y lo único que quiere es que su hijo esté bien. Alza la mirada. Sabe qué es lo que quiere este hombre. 

—Está bien —asiente—. Está bien, trabajaré para usted y así saldaré mi deuda, porque no recibiré nada que venga de usted. Sé que quiere darle su apellido a mi hijo —María Teresa se moja los labios—. Lo aceptaré. Dejaré que usted reconozca a mi niño. Pero con la única condición de que yo estaré al lado de él siempre y para siempre, y no lo dejaré solo, incluso cuando usted…lo presente como su hijo.

Luis Ángel hace un sonido. Se gira.

—Yo nunca dije que la apartaría de su hijo. Sólo quiero darle el apellido, y cuando lo haga, su hijo recibirá toda mi herencia. ¿Comprende?

María Teresa no podría comprender esa magnitud aunque quisiera. Porque es algo bastante serio. Todo eso se acopla en un mundo donde…todo su alrededor pensaría que tuvo un hijo con este hombre. Pero qué importa ella. El amor que tiene por su hijo es lo más grande e importante. Observó las acciones de este hombre, y la deuda y el contrato que la perseguía es la razón por la que están nuevamente cara a cara: Luis Ángel Torrealba quiere darle su apellido a su hijo.

—Lo comprendo.

El señor Torrealba la observa de arriba hacia abajo.

—Primero tenemos que poner en regla los papeles del niño, buscar el acta de nacimiento, y esperar a que el papeleo de la paternidad esté listo. Mientras tanto, se quedará trabajando en la casa de mi familia, ya que no acepta ni mi dinero ni mi presencia. Al menos que haya un requisito para cumplir con lo acordado —Luis Ángel se dirige hacia ella con la misma seriedad y soberbia que inunda su rostro—, cumpliremos todo al pie de la letra.

—¿Eso qué significa?

—Significa, señorita, que si debemos casarnos para que no haya duda y ningún problema, lo haremos.

María Teresa da un paso hacia atrás. ¿¡Qué clase de trato es este?!

—¡Casarme, señor! ¿Con usted? No, no. Está muy equivocado, yo creo que se confundió de…

—No he dicho que lo haría. Tan sólo le advierto que si hay que hacerlo, se hará.

María Teresa tuvo que recordar la imagen de su pequeño para no perder la fuerza que le queda. Niega una y otra vez con la cabeza.

—Nuestro trato será este, señor: yo trabajaré para usted y así estaré al pendiente de mi hijo, no necesito casarme. Porque usted sólo debe velar por él si es que le dará su apellido. Sólo tenga cuidado con mi pequeño Y de mí no se preocupe. Trabajaré en su casa hasta que mi niño se recupere, hasta que usted lo reconozca. Pero yo no me casaré con usted, y mucho menos a la fuerza. Yo a usted ni siquiera lo conozco, ni siquiera lo amo. 

Luis Ángel Torrealba sólo asiente, girándose, como si no le hubiese importado ninguna palabra dicha por María Teresa, y pronuncia destilando altanería.

—Como guste, señorita, ya queda advertida y un trato es un trato. Ahora caminemos. A partir de hoy es mi empleada.

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