4. Cautivada por un extraño

¡Darle su apellido a su hijo!

Un completo extraño. María Teresa no sabe a dónde mirar, en qué pensar e incluso en qué creer. ¿Escuchó acaso bien? ¡Este hombre completamente extraño! Qué por alguna extraña razón cree haber escuchado su voz antes, o incluso verlo, pero la mente no puede seguir con certeza después de lo que acaba de escuchar.

Se atreve a mirar hacia otro lado al tiempo que abre y cierra los ojos incontables veces.

—¿Qué está diciendo, señor? ¿Su apellido?

—Luis Ángel —responde el hombre aún erguido de alguna manera con normalidad, como si no le hubiese dicho aquello—. Luis Ángel Torrealba es mi nombre. ¿Acepta mi contrato? Es todo lo que puedo ofrecerle. Y a cambio, recibirá su hijo lo que le corresponde por llevar mi apellido.

—¿Cómo es posible? —María Teresa alza su mirada, llena de las lágrimas que nunca escaparon. Ahora está confundida—. ¿Quiere darle su apellido a mi niño?

El hombre frente a ella asiente.

No puede creerlo.

—¿Cuáles son sus razones? ¿Cuáles? Para pedirme esto. No es más que usted un desconocido, a quién apenas conozco. ¿No cree que podré dudar de cualquier cosa que me diga? Señor…

—No tengo porqué decir mis razones. Está en su decisión aceptar lo que le he propuesto.

—¿Y cómo sé que no lo hace para perjudicarme a mí y a mí niño? Pues, ¿Por quién me toma? ¿Darle a un desconocido a mi pequeño? Puede que usted crea que soy una tonta, una bruta, pero no lo soy cuando se trata de mi hijo —y se levanta María Teresa, limpiándose las lágrimas que atesoran sus mejillas, ahora con cierto fuego inundando dentro de ella. Algo ha nacido dentro suyo—. Pues, ¿Quién se cree que es…? Pidiéndome esto. Ni siquiera lo conozco.

—Ya sabe quién soy yo, no merece saber nada más. Y si ya sabe quién soy, sabrá ya todas las comodidades y cuidados que tendrá su hijo si lleva mi apellido. La escuché que está desesperada, desamparada, y no tiene a nadie en este mundo a excepción de usted misma. Le estoy brindando una oportunidad para solventar el futuro de su hijo, y no pido más nada. Sólo que lleve mi apellido.

—¡Su apellido, señor! —María Teresa está en plena crisis de conmoción cuando lo oye—. ¿Y por qué mi hijo llevaría su apellido? El apellido de un desconocido. No, no lo voy a dejar que se aproveche de mí. Sí le dije esas cosas pero no esperé recibir esta propuesta. ¿Cómo quiere que esté? ¡Yo a usted no lo conozco…!

Luis Ángel Torrealba fruncía ligeramente su ceño al mirar a la mujer desenfrenada, no duda enojada, por lo que acaba de decirle. Ya sabe que pensó bastante mal y tergiversó sus palabras. No le queda más que explicarle. Pero antes, esta mujer debía calmarse.

María Teresa se limpia otra vez las lágrimas, y niega.

—No creo que sea bueno seguir aquí, señor. Olvide todo lo que le dije, pero no me extorsionará con esto. Porque usted. ¿Acaso se burla de mí? —pregunta con un profundo dolor María Teresa. Pero Luis Ángel no mueve ningún gesto, sólo la mira con aquella soberbia mirada—. Se burla de mí. Es lo que hace —María Teresa le tiemblan los labios y se apresura a darse la vuelta.

Pero Luis Ángel es mucho más rápido y se interpone en su camino. Inclina la cabeza, negando. Suspira.

—Usted está malinterpretando mis intenciones, señorita.

—No lo creo, señor. Me tiene aquí, extorsionandome. ¿Cómo quiere que piense de eso? Quiere darle su apellido a un hijo de un completo extraño. ¡No creo que eso sea de lo más sensato!

—¿Sensato? —inquiere Luis Ángel, con un tono casi malhumorado—. No creo que sea usted, entonces, sensata. Porque si pasa por esa puerta quedará en la misma situación precaria en la que está, y no será usted quien sufra, sino su hijo. Es más, sería una completa irresponsabilidad de una madre que interponga su bienestar antes que la de su hijo. Porque si sale de aquí su hijo no será atendido como debe ser ya que cree en sus equivocados pensamientos y no le interesa la vida de su hijo. Aquí, señorita, es usted la irresponsable.

María Teresa abre sus labios y sus ojos, de pronto tan enojada por sus palabras que lo primero que hace es alzar su mano hacia este hombre para atizarle una cachetada por su atrevimiento.

—¿¡Cómo se atreve…?!

Pero de pronto, su mano nunca toca su rostro, sino que es atajada por la mano de este soberbio y atrevido hombre para arrinconar y tomar con su mano libre su cintura y así unir sus cuerpo en este abrasador encuentro. María Teresa ha quedado tan cerca de su rostro que hasta puede sentir su aliento y los rigurosos músculos que la envuelven. Sus narices rozan tan prontamente que ambos mantienen sus labios entreabiertos en esta penuria que alcanza el atesorado encuentro.

María Teresa de pronto se ha perdido en sus ojos, y traga saliva al ver que la distancia no existe ya en ellos.

También se queda aquel hombre admirando el rostro de esta misteriosa mujer que ha llegado a su vida por alguna extraña razón, porque la siente familiar, como si ya la hubiese visto, y su interés comenzó desde en el momento en que puso sus ojos en los suyos.

—¿No lo cree así? —y se asemeja esta pregunta a un susurro, que hace a María Teresa tragar saliva y suspirar por la boca. Sus labios ya están rozando—. Antes de marcharse deberá escucharme, porque hay un convenio que debemos firmar, y ante todo esto, deberá saber que lo me importa en todo esto, es el bienestar del niño.

María Teresa aprieta sus ojos y su respiración se entrecorta aún más, cada vez más. Luis Ángel observa todo su rostro, e incluso baja hacia sus labios. Intenta decir algo pero no logra hacerlo. María Teresa también se digna, inconscientemente, en ver sus labios. Está cegada por este acalorado choque.

—Señorita —y dice Luis Ángel al someterse también a este perpetuo encuentro. María Teresa no es capaz de mencionar algo—. Si sigue mirándome de esa manera, no tendré más opción que besarla.

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