El viento soplaba con fuerza, moviendo las hojas secas entre las tumbas, y el cielo se había nublado de manera ominosa, como si la misma tierra lamentara la pérdida. En el cementerio, la lápida de Camila Becker se erguía solemne, una simple losa de mármol blanco con su nombre grabado en letras doradas, rodeada de flores que no parecían querer desvanecerse ni siquiera con el tiempo.

Kamill y Maximilian se mantenían al lado de la tumba, sus rostros tensos, los ojos vacíos, como si el dolor fuera una carga que no podían despojarse. Maximilian miraba al suelo, las manos juntas frente a su pecho, su rostro marcado por una seriedad implacable. Kamill, por su parte, no mostraba emoción alguna. Estaba distante, como si la muerte de su abuela no le hubiese afectado en lo más mínimo. Su mirada estaba fija en el horizonte, ausente, como si se hubiera despegado por completo del dolor de ese momento.

Entre tanto, Polina observaba con atención. Su cuerpo parecía estar parado en la penumbra, invisib