—Resiste, pequeño Xavier. Llegaremos pronto—, dijo Sor Reyna mientras caminaba por el empinado camino de una montaña.

Ella sabía que no la seguirían por ese lugar, porque era la única que conocía el camino hacia la casa de sus abuelos, unos granjeros que habían vivido durante años en las montañas en las afueras de la ciudad.

La preocupación más grande de la joven monja era la alta temperatura en el cuerpo del bebé y la clara falta de oxígeno en su pequeño cuerpecito. Pero esperaba que sus abuelos la pudieran ayudar.

Mientras tanto, en el muelle.

La bahía de noche era una verdadera nevera natural. El mar oscuro por la penumbra golpeaba el único barco que había en el muelle y generaba un profundo sonido que daba serenata durante horas.

Adelina siempre había escuchado de las famosas ventas de las esposas trofeos de Félix Lancer. Pero, verlo de cerca en carne propia le producía un escalofrío difícil de ignorar por toda la espalda.

La camioneta se detuvo frente al muelle y Adelina tr