4.

A la mañana del día siguiente David se moría de sueño, no paraba de mirar hacia la ventana con la esperanza de que Mane estuviese completamente arrepentido de todo lo que había hecho, su hijo Miguel, se había subido encima del cuerpo de su papá David y dormía plácidamente, era lo único que le relajaba, saber que su hijo necesitaba de toda protección y cariño era lo único que le mantenía con fuerzas. Después del desayuno salían rumbo a la universidad, mientras se metían en el coche de Brenda aparcado en la puerta. — Vamos cariño, metete en la parte de atrás ¿Si? — La inocencia del chico hacía que respondiese un tímido... — Si... — En ese momento veían como una mujer salía de casa de David, el chico cerraba el maletero del coche de su amiga y de nuevo una punzada de dolor sacudía todo su cuerpo, la mujer tenía el pelo enmarañado en una perfecta melena morena, llevaba la blusa del revés y los pantalones casi casi le llegaban al culo.

De repente, David sentía como en lo más profundo de su estómago un sentimiento de celos y dolor se habían apoderado de cada pizca de esperanza que había en su cuerpo. El chico moreno, se subía al asiento del copiloto mientras era Brenda quien poco a poco se iba acercando al tráfico mañanero de la ciudad de Guanajuato. — Papá David... ¿Quién era esa mujer? — David miraba a su pequeño, en su asiento para niños que su amiga había comprado cuando decidió que sería ella la madrina de Miguel. — Es... — Cavilaba la respuesta, intentando no hacerle demasiado daño a su hijo, puesto que en el corazón de un niño no había rencor, y este quería a su padre Mane por encima de todo y de todos.

La chica del pelo rubio y rosa entraba en acción, cuando vio como a su amigo le costaba pronunciar las palabras. — Es... Una amiguita de papá... — Los coches se oían en la ciudad, al igual que la gente se veía andando por las aceras también empedradas de la misma. — Si, eso... Es una amiga... — La derrotada voz del chico salía, como un suspiro que terminaba por desinflarse del todo; Brenda y David se miraban y en sus ojos había un <

> y una sonrisa apenada como respuesta. Poco tiempo después ya estaban en la universidad, habían decidido ir a la cafetería de la misma puesto que su amigo moreno necesitaba un café con urgencia, esa era una de las cosas que definían a David, le gustaba el café por encima de todo.

Veía el líquido marrón como el elixir de la vida, allí ya estaba su grupo de amigos y también Marina, que pese a ser una de las profesoras de la universidad, también se había convertido en alguien muy especial en la vida de los chicos. — Vaya mala cara traes. — Decía Carlos. — La voz ronca del futuro abogado entraba en acción. — Últimamente no estoy teniendo muy buenos días. — Marina y Brenda se miraban, entonces, la chica de origen argentino empezaba a sentirse incomoda, nerviosa, como si hubiese visto algo en Marina que no le hubiese gustado. — Vaya, parece que Mane al final se va a salir con la suya de cumplir su misión de hacerte el chavo más infeliz del mundo. — La teoría de Hector no andaba muy desencaminada.

Allí, delante de todos Brenda era la que hablaba. — Lo peor de eso es que ni siquiera sabemos el por qué le trata así. — José que también estaba en el grupo era quién proseguía con la conversación. — ¿Por qué no se lo preguntas? A lo mejor te sorprendes y te lo dice. — David respondía a su amigo. — Si, que gracia, que te crees que no lo he echo. — Entonces, cuando todos creían que la conversación iba a ir por buenos derroteros, Marina, que hasta ese momento había permanecido callada, impasible ante los ruegos silenciosos de su amigo, hablaba. — ¿Sabes que es lo que te pasa David? Que no aceptas que no te quiere, quieres seguir sufriendo a toda costa con tal de conseguir tu objetivo.

La ponzoña se había apoderado de la chica morena. — Eres un caprichoso y un malcriado que lo único que quiere es llamar la atención, pero una cosa si te digo carajo, neta y cuando la gente se dé cuenta, te vas a quedar bien solo... —

Todo se sumía en un silencio atronador, un silencio mudo que nadie era capaz de romper. Toda la gente que había en la cafetería de la universidad miraban a ese grupo de personas, mientras dejaban de hablar de sus respectivos temas de conversación. ¿Qué le había pasado a Marina? ¿Por qué había reaccionado así con su amigo? Nadie entendía nada, nadie sabía nada, ni siquiera ella misma le había contado nada a nadie, los pensamientos corrían a la velocidad de la luz en su cabeza, en una mente aturdida de nuevo, por el dolor y la tristeza.

Brenda y David habían ido a comer, después de una mañana un tanto extraña y sin poder parar de darle vueltas a la cabeza con respecto a lo que había pasado, en uno de los restaurantes cercanos a la universidad no paraban de hablar y hablar. — Me ha parecido un tanto extraño como Marina te miraba mientras hablabas de Mane. — David fruncía el ceño, nunca antes Marina había hecho algo así, o al menos, a David no le parecía que lo hubiese hecho. — ¿Extraño como...? — El camarero llegaba a la mesa con los comensales que ellos habían pedido. Un camarero uniformado con unos pantalones de color negro, un chaleco sin mangas de color verde oscuro, una camisa de color blanco debajo de dicho chaleco y una pajarita negra.

La fachada del lugar, sorprendía a más no poder, con un color amarillo arena, unido a unas vigas de color blanco, y las puertas echas madera de un color claro, además de unos bancos y mesas del mismo material hacían del lugar algo acogedor. — No sabría explicarte... Como si, de repente te odiase... — Su amigo estallaba en carcajadas. — ¿Perdona? — El hastío en el tono de Brenda era más que evidente, para posteriormente pasar a la frustración. — Dale, no te burles de mí. — Su amigo abogado arropaba la mano de su amiga encima de la mesa para aclararle una cosa. — No me estoy riendo de ti, jamás podría hacer algo así, es... Solo... Que no creo que Marina me odie, ella siempre me ha ofrecido su ayuda cuando Mane me ha maltratado.

Pero de saber todo lo que estaba a punto de suceder en posteriores capítulos de la vida de los chicos no habría dudado un solo instante en lo que Brenda le había dicho. La chica permanecía en silencio mientras los dos comían, pero Brenda, al igual que su madre era muy inteligente y no lo iba a dejar estar tan fácilmente. Puede que David no creyese que su amiga le odiaba, pero es que esa mirada era la mirada, la mirada de alguien que había descubierto su verdadera personalidad, la mirada de alguien frío y calculador capaz de hacer lo que sea con tal de conseguir lo que se propone; David tenía la esperanza de que su marido cambiase, de que todo lo que estaba viviendo fuese producto de una m*****a pesadilla.

De nuevo, la punzada en el pecho, el latigazo en el corazón que hacía que David se pusiese la mano en el lugar en el que le dolía y dibujase con su cara un gesto de dolor inesperado. — ¿Te sentís bien? — Brenda, cobijaba su mano en el brazo del chico. — Sí, sí, es solo que últimamente estoy muy estresado. — Y con el latigazo en el pecho, llegaba de nuevo el peso en el alma, el dolor otra vez, que había traspasado el umbral, la agonía, la ansiedad y todo tenía que ocultarlo para no montar el espectáculo allí donde estaba, Brenda sabía muy bien que David no decía la verdad, sabía de su descontrol emocional, sabía de todas las tormentas que el chico llevaba dentro, sabía que tarde o temprano iba a explotar como un asteroide que cae a la tierra y lo abrasa todo.

Ella lo dejaba estar mientras pagaba la cuenta y se iban a recoger a Miguel, el futuro abogado necesitaba respirar, es por eso que de nuevo en el tráfico mexicano Brenda abría las ventanas de su coche para que su amigo pudiese coger aire. No hay peor pesadilla, no hay peor lucha que la de tener que hacerlo contra uno mismo, y eso lo sabía muy bien David, que empezaba a relajarse mientras inspiraba y expiraba, su amiga permanecía en silencio a su lado, por qué sabía que ese silencio era la clave que David necesitaba. Era como una especie de oasis entre tanta ruina. — Tienes que ir a un psicólogo... — El chico moreno y con sobrepeso miraba a su amiga mientras sopesaba la opción, ¿De que serviría ir a un psicólogo si el problema permanecía allí, intacto, incapaz de moverse y de luchar por lo que realmente importaba? Sin duda alguna la felicidad y estabilidad de su hijo.

Capítulos gratis disponibles en la App >

Capítulos relacionados

Último capítulo