3.

El tiempo se sucedía, de la misma manera en la que también se sucedían los malos tratos y los insultos, definitivamente David estaba empezando a saber lo que era dejar de sentir, puesto que lo único que podía notar era un peso en el pecho que no cesaba, seguido de varios latigazos en el corazón que se transformaban en pequeños dolores en el pecho, el futuro abogado no sabía que era lo que le estaba pasando, es por eso que tampoco le daba mucha importancia. El Ferrari de color rosa de Brenda aparcaba en su casa, de repente un intenso olor a quemado invadía sus fosas nasales, las de ambos, que se miraban con cara de pánico mientras salían del coche y se metían corriendo en casa de la chica rubia.

Ella gritaba. — !!Mamá!! — Todo parecía estar muy tranquilo, no había humo, no había llamas, no había nada que hiciese indicar que había fuego en casa de Brenda. — !!Blanca!! — La voz amortiguada de David se oía en la planta de arriba, hasta que la encontraban. — !Brenda tu madre está aquí arriba! — Brenda iba corriendo y subía las escaleras con el corazón a doscientos mil por hora, no sabía que se iba a encontrar, no sabía que estaba pasando, estaba demasiado aturdida como para darse cuenta de la realidad. Una habitación de estilo moderno, con muebles de madera de color gris, una colcha roja y unas cortinas también rojas hacían acto de presencia en los ojos de la mejor amiga de David.

Blanca los miraba con sorpresa. — Ay, ¿Pero que les pasa? ¿Por qué gritan...? — El acento Mexicano en la también raspada voz de la madre de Brenda, los envolvía a los tres. — ¿No hay nada que se esté quemando? — La mujer se levantaba asustada, no sabía muy bien a lo que se estaba refiriendo su hija, entre esas entremedias, David miraba por la ventana a la casa vecina, su casa, la que durante mucho tiempo había considerado un refugio, el humo entonces salía de allí. Antes de que Blanca pudiese ir a mirar si todo estaba bien en su hogar, era el futuro abogado el que salía con pies en polvorosa hacía su hogar, ante la atenta y atónita mirada de sus mejores amigas que también iban detrás de él.

David abría la puerta tan violentamente que se había hecho daño, pero eso no le impidió ver lo que estaba pasando. — Señor por favor, va a dejar a su esposo sin ropa... — Mane, furioso y con las tenazas con que las estaba echando al cubo de metal desgastado que estaba ardiendo las prendas de su marido amenazaba a Gabriela. — ! Tú cállate carajo! Ese imbécil no se merece nada de lo que tiene, además es una ballena, necesita una talla más grande. — Cruel y ruin así lo habían definido sus palabras, las mismas que expulsaba delante de ellas, delante de él, que no entendía por qué tanta animadversión hacia su persona, que no entendía por qué tanto daño y por qué tanto dolor. — !!Es mi ropa Mane!! — La furia en la voz de David era más que evidente.

En ese momento, los dos se miraban, pero lejos de mirarse con algún tipo de aprecio, se miraban con desprecio, asco, odio. El futuro abogado gritaba, por qué sin darse cuenta, en uno de esos momentos en los que ninguno de los dos sabía que estaba pasando, las tenazas que quemaban, habían abrasado la piel de la barriga de David. Él solo podía sollozar de dolor. — Ay dale, no exageres, tampoco ha sido para tanto... — Gabriela, que intentaba ir a por el botiquín mientras que Blanca y Brenda trataban de llamar a una ambulancia, le decía a su jefe. — El único imbécil que hay aquí eres tú. ¿Tus compañeros de trabajo saben que tan mal tratas a tu esposo? — Mane palideció ante la amenaza de su asistenta a quien no le importaba perder en un juego en el que solo jugaba un alma.

Poco tiempo después se encontraban en el hospital, David había entrado de urgencia. — Tenemos que llamar a sus padres, ese pavo se está pasando con él. — Brenda, ante la semejante idea de que su amigo fuese arrastrado por la furia de su padre a peleas, insultos y el divorcio, había pedido exhaustivamente que no avisasen a nadie. Un apuesto y galante doctor aparecía en la sala de espera con unos papeles en sus manos, al mirarlos pronunciaba el nombre de David. — ¿David Peña López? — Se levantaba, y con él lo hacían Brenda y Blanca. — Soy yo... — El herido arrastraba sus palabras, por qué de repente, que ese doctor hubiese pronunciado su nombre, aunque hubiese sido en ese tono formal y profesional, al chico le había despertado algo en la boca del estómago.

Jamás pensó que alguien como Brandon Pablos pudiese hacerle sentir desde lo más profundo de su corazón, que le pudiese hacer despertar de ese letargo emocional en el que se encontraba, su cuerpo fibroso y musculoso era incluso notable a través de la bata blanca impoluta que vestía como uniforme de trabajo. — Bien... ¿Cuéntame qué te ha pasado? — David se perdía en el tono ronco de la voz del médico, no sabía muy bien por qué estaba reaccionando así, nunca antes le había pasado, bueno, si, pero con Mane todo había sido distinto. Brandon alzaba las cejas esperando una respuesta en silencio del que se había convertido en su paciente. — Me he quemado en la barriga. — En ese momento, la voz amortiguada del chico, unido a las lágrimas que inesperadamente estaban invadiendo su cara debido al ardor que sentía eran demasiado visibles.

El pelo negro de Brandon, el color café de sus ojos, su uno ochenta y seis, su piel morena, todo despertaba en David algo que conocía muy bien, los nervios empezaban a apoderarse de él, mientras se perdía en ese impacto que hay entre lo que uno empieza a sentir y no sabe cómo gestionar y la realidad que uno mismo ni siquiera es capaz de controlar.

— Ven a la camilla... — Esa palabra, esa m*****a palabra había hecho que durante un nanosegundo al futuro abogado se le pasasen pensamientos indecentes por la cabeza. ¿Qué le pasaba? ¿Por qué estaba así? ¿En qué se estaba convirtiendo? Como un autómata David le hacía caso, se tumbaba en la camilla. — A ver, déjame ver... — Después de haberse puesto los guantes Brandon cogía el bajo de la camiseta del chico, para tirar hacia arriba y mostrar la quemadura.

Él no le dejaba, sus ojos se unían en una vorágine de dolor para David y en un ambiente extraño para el médico. — No... — El chico tenía miedo, miedo de mostrar su cuerpo, miedo de mostrar que tenía sobrepeso, que nunca le iba a gustar a nadie, y no solo el miedo, también pánico, pánico de sentir en algún momento el tacto a través de los guantes de ese hombre tan guapo que le estaba atendiendo. — Venga, déjame ¿Si? No voy a hacerte daño... — Y con esa última frase, conseguía subir la prenda, se moría de la vergüenza, el futuro abogado sentía tanta que había girado su cabeza y miraba hacia la pared de la izquierda, era lo único capaz de hacer. El sanitario le hablaba ante semejante gesto. — ¿Te sientes bien?

Ahí estaba la clave de todo. ¿Se sentía bien? No, no se sentía nada bien, al contrario, se ahogaba en una vida que no había elegido, se ahogaba en la consecuencia de un maldito capricho que había acabado destruyéndolo a él y a todo lo que le rodeaba, no estaba bien que no encontrase sus emociones. — Sí... ¿Por favor puede acabar ya? — El médico volvía a bajar la camiseta, y se unía junto a su paciente en su escritorio. — Bien David, es una leve quemadura, te voy a recetar una pomada para que te la apliques dos veces al día y listo, dentro de dos semanas vuelves a verme ¿vale? — Había vuelto su tono profesional, su tono formal que hacía que David se sintiese mal por haber actuado de esa manera.

David siempre había pensado que nadie sería capaz de arreglarle, de volver a recomponer los trozos de un corazón malherido. Decían que la gente podía recuperarse de una herida de bala, de una herida de muerte que se los llevaba por delante y les cambiaba la vida para siempre, quizás por eso, quizás en ese momento, en la oscuridad de la habitación de Brenda, cuando llegaron de noche, se había permitido que un rayo de luz iluminase su mente, que una chispa de ilusión volviese a entrar por cada poro de la piel del chico, haciéndole sentir algo que hasta hace mucho tiempo creía perdido. Por qué si, se puede volver a encontrar lo que un día hicieron que escondieses, lo que un día hicieron que perdieses teniendo ellos la esperanza de que jamás volverías a encontrarlo.

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