—Adriel —murmuró Jade con una vocecita que no lograba reconocer.
¿Qué era ese sentimiento que se había apoderado de su voz?
¿Pasión?
¿Deseó?
¿O quizás… anhelo?
No lo sabía con exactitud, pero lo único cierto era que ya no podía seguir mirando a este hombre de la misma forma que antes.
—Jade —dijo él en respuesta, mirándola con cierta extrañeza, sin dejar de jugar con los bebés.
«Era un buen padre», el pensamiento la asaltó repentinamente, haciendo que el atractivo natural del hombre aumentara a niveles insospechados.
Porque sí, siempre le había parecido guapo, demasiado guapo, pero justo ahora era como si… no pudiera resistirse a sus encantos.
«¿O qué le estaba pasando?», se preguntó, perturbada, con sus propios pensamientos.
—¿Está todo bien con tu abuela? —La pregunta de su acompañante la sacó de su inusual burbuja de calentamiento.
—Ah, sí. Ella está bien —dijo Jade, como si recién recordara que ese había sido el motivo por el cual lo había dejado solo—. ¿Tú... lo planteas