Las palabras de Orena quedaron esparcidas en el aire por demasiado tiempo. Nadie parecía dispuesto a pestañear debido a la tensión y a lo insólito que era todo esto.
¿Había venido a ver a la bebé?
¿Cómo se había enterado de su nacimiento?
Existían muchas preguntas sin respuestas y pocas oportunidades de analizarlo todo en profundidad.
—¿Qué quieres, mamá? —fue Fabián, quien se decidió a romper el silencio.
—Ya te lo dije, he venido a conocer a mi nieta.
A pesar de todos esos años sin verla, una de las cosas que no habían cambiado en Orena, era aquel tono altanero que siempre solía utilizar. Seguía siendo la misma mujer molesta a la que no le gustaba que le llevaran la contraria.
—¿Con qué intenciones? —siguió indagando Fabián con evidente desconfianza.
—¿Cómo que con cuáles intenciones? —pareció ofenderse por las implicaciones de la pregunta—. Ninguna mala intención si eso es lo que insinúas. Es mi nieta y quiero conocerla, eso es todo.
El hombre pareció dispuesto a rebatirle con algu