En el exterior todo era un alboroto.
El sonido de las patrullas se escuchaba a la distancia, a pesar de que todavía no lograban verse con claridad.
Sentía mucho miedo.
Pero a la vez la determinación de luchar corría velozmente por sus venas.
Natalia divisó a sus hijos en un rincón, asustados y muy inquietos.
Empujo a Roberto lejos de ella y corrió hacia ellos.
—¿Qué haces? ¡No te separes de mí! —reclamó el hombre, mientras le hacía un gesto a Luisa para que se encargara de los pequeños.
Natalia negó con convicción.
Lo único que tenía que hacer era salir de esa casa y dirigirse a la carretera, así los policías los verían y entonces…
Un golpe seco la trajo de regreso a la realidad.
Los niños gritaron aterrorizados cuando vieron a su padre, a ese padre que tanto veneraban, agredir a su propia madre frente a ellos.
La escena fue terrorífica de presenciar.
A Natalia no le importaba tanto el dolor físico que estaba sintiendo, le importaba que sus hijos estuvieran observándolo tod