Era más de medianoche para el momento en el que Natalia decidió levantarse de la cama y salir al exterior.
El frío nocturno removió sus cabellos castaños cuando puso un pie fuera de las puertas de la gran mansión.
Miró a su alrededor, el lujoso lugar, la fuente que se alzaba a lo lejos y el impresionante jardín que parecía seducirla para que lo recorriera a pesar de lo tarde que era. Había sido una noche tan agitada que no se resistió ante la tentación de perderse entre flores y matas exóticas. Necesitaba despejar su mente de todo lo ocurrido en la cena.
Los pies de Natalia se movieron y acomodó mejor su grueso abrigo, ese que hacía un vano intento de protegerla del inclemente frío. Pero a pesar de portar la mullida prenda, su cuerpo no paraba de temblar. Aun así, no hizo ningún ademán de regresar. No quería.
Después de todo, ¿a dónde iba a volver exactamente?
Sus hijos dormían profundamente. La última vez que comprobó la habitación de sus pequeños, los encontró descansando con una su