Capítulo 5
—¿Una intrusa? ¡Pondrá en vergüenza a nuestro grupo ante el señor Gustavo! —gritó alguien—. Señor Rey, ¿es su amiga?

Salvador ajustó las mangas de su traje y respondió con frialdad:

—No.

Al oír esto, Rosa se irguió con arrogancia:

—¡Quítate el brazalete y lárgate!

La miré con ironía:

—¿Segura que quieres que me vaya?

Rosa, humillada, avanzó con furia:

—¡Deja de fingir! ¡Quítatelo ya!

Intentó arrancármelo. Al esquivarla, alguien puso un pie en mi camino. Caí al suelo.

Rosa pisó mi mano.

Con un tirón brutal, arrancó el brazalete de mi muñeca sangrante.

—Tratas esta basura como un tesoro.

Miré en silencio las piedras rotas esparcidas por el suelo.

—¡Levantadla y echadla! —ordenó Rosa.

Cuando varios se acercaron para sujetarme, forcejeé gritando:

—¡Alto! ¡Soy la esposa de Gustavo—

Una bofetada me cortó la palabra.

—¿Otra vez finges ser la amante del señor Gustavo? —escupió Rosa, abofeteándome de nuevo—. ¡No eres digna!

Salvador se agachó e intentó tocar mi herida. Me aparté instintivamente.

—Joaquina —dijo fríamente—, ¿no has terminado con tu escándalo?

—Viniste hoy con el brazalete y esta ropa para hacerme celoso, ¿verdad?

—Si me lo suplicas, te aceptaré.

Soltó una risa fría:

—Estás acabado, Salvador.

De repente, el salón se sumió en un silencio inusual.

Los invitados comenzaron a arreglarse la ropa, mirando hacia la entrada. Salvador me levantó a toda prisa:

—El señor Gustavo ha llegado. Compórtate.

—Rosa y yo ya estamos divorciados.

Froté mi mano adolorida. Su rostro me resultaba repulsivo.

¿Qué me importaba su divorcio?

En ese momento, Gustavo entró llevando a nuestro hijo.

Al llegar al salón, el niño insistió en bajarse de sus brazos.

El pequeño, de aspecto delicado como jade tallado, atrajo todas las miradas. La niñera lo seguía de cerca.

Salvador se volvió hacia mí de repente:

—Si dejas de provocar a Rosa, perdonaré que desaparecieras tres años.

—Te daré una oportunidad: ten un hijo mío.

Permaneciendo en silencio, intenté llamar la atención de Salvador y el niño entre la multitud.

Finalmente, Salvador siguió los pasos del niño hasta detenerse frente a mí.

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