El médico enviado por Gustavo aplicaba ungüento en mis heridas.
—Ay.
Con solo ese sonido, mi hijo y Gustavo miraron al médico como asesinos.
—¿Ni siquiera sabe aplicar medicina?
Las manos del médico temblaban visiblemente.
Les lancé una mirada fingiendo enojo.
—Joaquina...
—Mamá...
Ambos adoptaron una expresión lastimera.
Suspiré:
—Basta. El médico me ayuda. Dejadlo.
El médico se relajó. Tras examinarme, informó a Gustavo:
—Señor Gustavo, la señora está bien. El bebé en su vientre también.
—La herida en la muñeca es grave. Usaré el mejor tratamiento para evitar cicatrices.
Gustavo guardó silencio.
Solo yo sabía que era la calma antes de la tormenta.
Salvador Rey, culpable de todo, sudaba frío.
¿Quién imaginaría que su "sombra" era ahora la esposa de su jefe?
Al ver nuestra intimidad, un fuego irracional le consumió, pero por su empresa, debía contenerse.
Gustavo, a mi lado, escudriñó a los invitados con autoridad.
Su seriedad me parecía adorable... igual que nuestro hijo, tallado con e