CAPÍTULO 11

Lena: Mi pequeña y diminuta sobrina no se inmutó ni un poquito. Típico. ¿Y tú qué tal? ¿Cómo fue tu noche?

Estaba solo, rodeado por un caos de papeleo esparcido sobre mi mesa de café de vidrio, con medio vaso de coñac en la mano. Catorce horas dentro del día, y todavía no había tocado el teléfono para escribirle. Cada vez que sentía el impulso, volvía a volcar mi concentración en el desastre de contratos y cifras. Pero la verdad era que mis ojos se rendían mucho antes que mi voluntad.

Christian: Trabajé hasta tarde.

Lena: Ya sabes el dicho… todo trabajo y nada de diversión…

Christian: Hace de Christian un hombre rico.

Lena: Puede ser. Pero ¿cuál es el punto de tener tanto dinero si no te tomas el tiempo para disfrutarlo?

Terminé lo que quedaba en mi vaso, la quemazón ya era familiar. Había escuchado esas mismas palabras más veces de las que podía contar—siempre de parte de mi abuela.

Christian: ¿Has pensado en lo que te pregunté?

Lena: ¿Estamos hablando de mi próximo calendario de pin
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