El siguiente capítulo es un especial, por eso está narrado en forma distinta. En la versión original estaba al terminó como un capitulo extra, y debo decir que fue escrito solo para que seamos felices. Tras él, volvemos a la narrativa normal. Y prepárense, porque morirán de amor.
Por supuesto que estoy feliz. ¿Cómo no voy a estarlo si acabo de recorrer el cuerpo de Nino con mis pinceles? Estuve tan cerca de ella como nunca jamás podría estarlo. Acabo de plasmar mi esencia en su piel, entre colores llenos de vida y alegres figuras. Bueno, en realidad, así es como se siente mi corazón desde que apareció en mi vida: vivo. Y aunque pueda parecer ridículo decirlo, ya no me importa arrastrarme al vacío sabiendo que su compañía tiene fecha de término. Estoy seguro de que sería horrible perderla, pero ya no me angustio por eso. Ni siquiera puedo hacerlo, porque solo tengo en mi cabeza la curva de su cuello, su cintura, sus pechos y sus labios. ¿Cómo el resto del universo puede continuar su vida sin detenerse a admirarla? No lo entiendo. Yo apenas soy capaz de mantenerme erguido mientras camino a su lado. Mis piernas están temblando y estoy seguro de que Nino se da cuenta, porque estrecha con fuerza nuestras manos.No puedo creerlo. ¿Será porque mis manos y las suyas a
NinoDesperté con sus finos brazos atrapando mi cintura, casi como si temiera que escapara en cuanto abriera mis ojos, y sonreí, maravillada al sentir su cuerpo cálido unido a mi espalda, mientras su cabeza, escondida entre mi cabello, me permitía sentir la calidez de su respiración suave y profunda en mi oído. Manu aún dormía, exhausto con todo lo que acababa de suceder. La verdad es que no me extrañaba que estuviera tan cansado, pues fue evidente que un sinfín de sensaciones se agolparon en su cuerpo desde el segundo exacto en que decidió besarme. ¿Cuánta valentía necesitó reunir para realizar algo tan sencillo como eso, una banalidad casi ridícula para quienes no pensamos que moriremos producto del más cruel de los gérmenes alojado en la boca de una mujer? Era increíble imaginarlo, pero fue todavía más asombroso verlo continuar, incluso cuando su pánico era indiscutible, y es que jamás estuve con un hombre que temblara al mismo tiempo que repetía mi nombre para que no me detuviera.
ManuEsa noche, Nino y yo hablamos hasta entrada la madrugada. Aunque siendo honesto, era ella quien encontraba siempre algo que decir. Antes de conocerla, siempre estaba molesto con las personas que jamás guardan silencio, pero con ella era distinto —todo—, más aún en ese minuto, en que me sentía en la misma medida feliz y aterrado. Por una parte, la sensación de su cuerpo desnudo junto a mí era exquisita, pero al mismo tiempo, mi mente me repetía que era peligroso, que no era hombre suficiente para ella, y que el imán que nos mantenía unidos era igual de frágil que mis momentos de tranquilidad. No sabía cuánto tiempo lograría controlarme, menos si lo único en lo que podía pensar era que si cerraba los ojos, despertaría sintiéndome sucio, que huiría de ella y jamás la volvería a tener junto a mí. El miedo me volvía loco, y sabía que Nino lo notaba.—¿Vas a dejarme? —pregunté, una vez que me sentí incapaz de controlar el pánico que crecía en mi pecho.Era consciente de la paciencia qu
NinoCada vez que noviembre aparecía en el calendario, comenzaba a despedirme de la universidad. Sin embargo, ese año no tendría unas simples vacaciones, pues ese fue mi último semestre como estudiante, antes de comenzar con mi práctica profesional y mi investigación de título. En tiempos normales, el fin de clases significaba que era hora de volver a casa junto a mis padres. Lo que, si bien no era del todo aburrido, no se acercaba ni de lejos a pasar más tiempo junto a Manu.Fue así que todo en nuestras vidas comenzó a alinearse para que jamás nos separáramos, partiendo por la necesidad de realizar mi práctica, lo que me obligó a pasar el verano en Concepción, lejos de mi familia, pero enredada entre las piernas de mi primer novio formal. Durante esos días, hacia donde mirara, mi vida florecía. Estaba alegre, ver a Manu sonreír como nunca me provocaba una sensación de completa paz. Nos divertíamos juntos, caminábamos tomados de la mano, sin que importara el calor del verano que se ap
Manu Pensé que Nino era capaz de entenderme, pero cuando la observé salir de su habitación con aquel hermoso vestido negro, supe que en realidad era una tramposa malvada y cruel. Y si cualquier persona hubiese osado sugerir que era una casualidad, habría sido capaz de apostar mi vida a que se equivocaba. Nino lo hizo a propósito, con la intención de castigarme por mi incompetencia social y negarme a asistir a la inauguración de la exposición.—Ya nos vamos Manu... ¿seguro no quieres acompañarnos? —preguntó, por última vez, antes de cerrar la puerta.Estaba tan bella. Todo en Nino gritaba orgullo y alegría. Sin embargo, solo pude sonreírle antes de que desapareciera y me dejara en su departamento. No era capaz de seguirlos, aun cuando lo deseaba. ¿Cómo no iba a sentirme feliz de presentarme junto a mis pinturas, y junto a esa magnífica mujer que me tenía una paciencia que rogaba jamás acabara? Claro que lo deseaba, pero me resultaba imposible enfrentarme a una situación como las que s
ManuNino me abrazó emocionada al darse cuenta de lo que acababa de proponer, aunque, sin duda, también consideraba que aquella era la más loca de mis ideas. Por fortuna aceptó, feliz de que mi obsesiva existencia se adecuara a su caos alegre y colorido. Una vez más, la noche se hizo corta para nuestras largas conversaciones, más aún al imaginar la forma en que se lo plantearía a mi familia, y claro, también a la familia de Nino, quienes ni idea tenían de que existía un Manuel que pensaba en su hija desnuda más de lo que debería.Volví a casa por la tarde, seguro de que mi hermano y mi madre ya se encontraban ahí. No estaba nervioso realmente, sino más bien, sorprendido. Nino había cambiado mi vida hasta niveles inimaginados. Y es que, si existía algo que todos en casa teníamos por seguro, era el hecho de que jamás saldría de ahí. Nunca, ni en el mejor de mis sueños, se había pasado por mi mente explicarle a mi madre que ya no viviría más a su lado, y mucho menos que allá afuera había
ManuMi madre se quedó espantada, pero lo aceptó. O al menos guardó un silencio algo parecido al respeto. De inmediato me levanté, dando por terminada nuestra conversación, y comencé a preparar mi mudanza. Tomás estaba casi igual de entusiasmado que yo, y jamás puso en duda mi capacidad de supervivencia lejos de casa.Gracias a mi obsesiva necesidad de mantener todo clasificado y en perfecto orden, la organización de mis pobres tres cajas no nos tomó más que un par de horas por la noche y la mañana. Antes de salir, abrí la puerta y contemplé por última vez lo poco que quedaba en mi habitación: una cama, algunos cuadros, unos pocos bocetos y un retrato familiar de cuando aún éramos cuatro personas. Ese era el resumen de mis veintiséis años de vida: la ropa que llevaba puesta, los embalajes que aguardaban a mis espaldas y mis muchos implementos para pintar.—¿Listo? —preguntó Tomás, observando a mi lado, con un orgullo que solo nosotros éramos capaces de entender.—Listo —respondí, más
NinoEl minuto de hacer formal mi vida, y mi relación, con Manu frente a mi familia, había llegado, y por supuesto, nada de lo que pudiese acontecer sería dejado al azar, lo que me exigió planificar con detalle —y bajo supervisión constante— el momento en que llamaría a mis padres, momento para el que Manu llevaba casi un mes practicando. Sin embargo, en el segundo exacto en que cogí el teléfono, su cuerpo comenzó a funcionar por sí mismo, yendo de un lado a otro en nuestra pequeña sala, con sus dedos temblorosos y una expresión de pánico que no se borró de su rostro hasta que colgué. Y aunque Mamá no era de charlas breves, el estado de horror en que estaba Manu, me obligó a ir al grano y dejar la conversación para cuando nos viéramos a los ojos.—Hola, sí, estoy bien. Llamaba porque quiero visitarlos el fin de semana, ¿qué les parece?Ya con ese sorpresivo anuncio de visita, mi madre comenzó a sospechar, guardando un silencio al que ni ella, ni yo, ni mi padre, ni Manu, estábamos aco