Nino
Confieso que oírlo pedir que me mantuviera a su lado, se sintió como el equivalente a una propuesta de matrimonio, y no es que estuviera esperando con mi vestido de novia bajo el brazo. Claro que no. Tan solo sentí cierta necesidad de compromiso, no por obligación, sino que por cariño. Por esa comodidad que sentíamos el uno con el otro, y no necesité más para entender que la paciencia tendría que ser mi mayor compañera. Por fortuna, ni él ni yo teníamos prisa.
A paso lento, mis días junto a Manu comenzaron a tomar un ritmo encantador que me tenía viviendo un ensueño inimaginado. Cuatro veces por semana, me visitaba en casa los lunes, miércoles, viernes y domingo. Siempre a la misma hora del día, en micro desde su hogar, cruzaba el río que dividía una ciudad de la otra, cuidando de hacerlo en el lapso con menor cantidad de pasajeros, con guantes y un pañuelo que cubría su boca y nariz. En mi departamento, guardaba para él una muda completa de ropa que usaba después de bañarse —inm