Nino
Lo primero que sentí, fue el dolor de cabeza, luego el sol radiante con su molesto brillo, y por último, un exquisito aroma que parecía conocer. Abrí los ojos con dificultad para deleitarme con la inesperada espalda blanca y desnuda de Manu. ¡Bendito el momento en que mi cerebro decidió que la mañana ya estaba demasiado avanzada y que debía despertar! Para mi grandiosa —e inexplicable— fortuna, Manu se vestía, ahí, frente a mí. Confundida, comencé a incorporarme y pestañeé para obligar a mis ojos a abrirse por completo, pues no me habría sorprendido en absoluto que se tratara de uno de esos agradables sueños que acostumbraba tener, en los que su T.O.C. no existía y la prudencia tampoco.
Supongo que mi boca estaba abierta por el asombro, pues antes de escuchar su regaño, divisé una leve sonrisa en su rostro.
—Despertaste, borrachita. Pareces una acosadora mirándome así. Depravada —sermoneó mientras me lanzaba una almohada sobre la cara.
No era un sueño.
No era ningún maldito sueño