Nino
Manu sonrió, sin apartarse de mi lado, y guardamos silencio una vez más, aunque en esta ocasión, ya no era incómodo. Jamás imaginé que un acercamiento tan diminuto pudiera provocar tanto. Manu no temblaba ni se veía nervioso, y tampoco me pidió que me alejara cuando volvimos a hablar. Estaba encantada, y feliz habría extendido ese momento por siempre. Sin embargo, en medio de la dulce escena, un par de fuertes golpes a la puerta nos distrajeron. Eso sí puso nervioso a Manu, quién sin preguntarme, decidió abrir por sí solo.
—¡Manu! ¿Qué estás haciendo acá? ¡Mamá está histérica! ¡Llámala de inmediato! —bramó la voz furiosa de Tomás.
Solo en ese minuto recordamos que había salido sin avisar y que muy probablemente su madre estaría a punto de volverse loca. Tomás, todavía en la puerta, le dio un sermón enorme sobre lo importante que era que se comportara como un adulto y no hiciera ese tipo de cosas —contradictorio ¿no? —, y solo cuando acabó, pudimos notar a las tres personas que le