—¡Estás delirando!—Simona volvió a estallar en furia. —¿Crees que Alejandro te dejará ir? ¿En qué sueñas?
—Precisamente porque sé que es imposible, quiero tu ayuda—dijo Samuel.
Simona lo fulminó con la mirada:
—¿Por qué crees que traicionaría a mi mejor amiga para ayudar a un desalmado como tú? ¿Vas a amenazarme con la vida de mis padres? Samuel, no seas ridículo. Hasta donde sé, ¡ya no tienes a nadie que te ayude!
Las duras palabras de Simona llenaron a Samuel de una profunda resignación.
Su voz se apagó:
—Es cierto, ahora no tengo nada. Solo me queda Ximena.
Simona lo miró fríamente:
—¿Crees que apelar a mis sentimientos funcionará? ¡No he olvidado el disparo que Xime recibió! ¡Tampoco puedo olvidar cuando casi salta de un edificio por tus sucios trucos! Puedo ayudarte con una condición: tendrás que matarme, porque jamás accederé por las buenas.
Samuel se inclinó, apoyando los codos en las rodillas y bajando la cabeza:
—Antes de venir a hablar contigo, sabía que sería así. Simona