Aparte de ese momento de tristeza que se le escapó a Cruz cuando vio mi anillo, no le volví a ver mostrar tristeza.
Trabajó la vida como de costumbre.
Sin embargo, cuando volvía al castillo donde habitábamos juntos pasaba, como de costumbre, su abrigo hacia atrás y pronunciaba mi nombre.
Entonces se daba cuenta de que no estaba allí, y una mirada inexpresiva se filtró por su rostro.
Cuando se acercaba el festival de la tribu Blackclaw y los súbditos le entregaron documentos de los estados de las compras que se tenía que hacer, dijo impaciente: —Hablen de esas cosas con Luna y no me molesten.
Pero al ver las expresiones de sus hombres, que no se atrevían a hablar, dejó escapar una mirada de desconcierto.
De hecho, entendía bastante bien el comportamiento de Cruz. Después de que mi padre muriera en la guerra, estuve mucho tiempo comportándome con desconcierto a la hora de mecionarlo.
No fue hasta que ocurrieron más y más cosas de estas que pasé del desconcierto a la tristeza.
Los hombres