—Kay …, noto en tu voz algo raro. ¿Estás enferma?
—Una vez cierres la consulta no te detengas en el club, Greg —pidió con voz ahogada—Tengo que decirte algo.
Y colgó con ademán cansado. Aún se hallaba en el despacho cuando sintió el motor del auto de Greg. Miró el reloj. Habían transcurrido veinte minutos y aquel hecho la enterneció. A juzgar por la hora, Greg se hallaba en la consulta y si llegaba a su casa en aquel instante era que dejó todo para verla. ¿Por qué? ¿Por qué? Oyó la voz de una doncella:
—¿La señora? En el despacho, señor. Sintió los pasos rápidos, inconfundibles, y luego vio la figura en el umbral.
—¡Kay!
—Estabas trabajando, Greg —susurró—. No debiste dejarlo. Greg se acercó rápidamente y se sent&oacu