Delilah obedeció, lo hizo por las reacciones de su cuerpo, porque su mente le decía que huyera, pero los sonidos que salían de aquellos altavoces, su esposo mirándola de aquella forma y su voz cargada de deseo la tenía a un paso de entregarle todo.
Sentía la humedad centrándose en un punto exacto de su cuerpo pidiéndole atención y su corazón acelerado por el nerviosismo y la expectación.
Esa noche era Zafiro y no Delilah, se dejaría llevar sin remedio porque ya no creía poder hacer otra cosa.
Sus piernas abiertas frente a Maximiliano no la hizo sentir expuesta como imaginó.
Él la miraba de una forma que no sabía cómo catalogar, pero que la hacía sentir un cosquilleo en el vientre que iba creciendo por momentos.
Toda esa exhibición iba destinada a su esposo y la forma en que él tragaba de modo enérgico la saliva y provocaba que su nuez de Adán se moviera en su cuello la hizo sentir poderosa.
Maximiliano se sentó frente a ella, pero alejado para tener una visión completa de su cuer