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Capítulo 4. De regreso a casa

[CHRISTIN]

Tomamos los pasaportes y corrimos a toda prisa a la sala de abordaje, el vuelo estaba por salir y si no llegabamos a tiempo, era posible que tuviéramos que esperar hasta que saliera el siguiente y eso era en dos días.

¡Dos días!

Supuestamente por la temporada.

Finalmente, después de correr tanto y parecer locas por todo el aeropuerto, logramos abordar, como siempre, con toda tranquilidad, hasta que a mi amiga se le ocurrió pedir botanas y bebidas y ahí todo se fue al caño.

—¡Vaya! — llamó a uno de los pasajeros que iba al lado del pasillo — ¿Ya probó el Whisky escocés de malta glenfarclas?. — el sujeto se larga barba blanca y mirada fría negó, mirado a mi amiga como si estuviera loca, y de hecho, lo estaba, pues se había bebido hasta lo que no debía, aprovechando la ventaja de viajar en el área premium del avión.

Una de las grandes ventajas de pertenecer al imperio Robins-White, el cual manejaba la mejor aerolínea transnacional del mundo.

—¡Ya basta, Su! — la detuve, al darme cuenta de que le estaba jalando la barba al pobre anciano.

—¡Es que mira, Chris, parece Santa Claus!

—Se suponía que para evitar esta clase de cosas es que había pagado vuelo premium.— me miró mal.

Tomé a Susan de los hombros y la hice que se sentara bien sobre su asiento. — en verdad lo siento, es la primera vez que vuela y se sobrepasó con el Whisky. — me disculpé por ella.

De pronto ya no era tan buena idea viajar en esta clase y mucho menos con ella.

—¡Chris! — me sobresalté cuando gritó. — ¡Dile al malvado santa que nunca me llevo mi casa de Barbies que le pedí!

Lo miré apenada y balbuceé un ligero "lo siento". Sin embargo ella continuó. — se mira demasiado demacrado… ¿Serán los desvelos por entregar tantos regalos en una noche…? — llevó su mano a su mentón. En verdad parecía mediar algo. — ¿Y por qué estará viajando en avión, se le habrá arruinado su trineo...

— ¡Susan!

— ¡Y nunca me trago mi regalo!

— está más panzón además…

— ¡Cállate, Su!

El sujeto tenía su rostro rojo, hirviendo de ira, pero era una irá controlable… o eso pensé, pues en el momento en que mi amiga se dió la vuelta para verlo de nuevo, una pequeña turbulencia hizo que empujara a la azafata y le lanzara las bebidas en la cabeza al pobre hombre.

Era oficial, no volvería a viajar con ella en clase premium, solo turista.

Me levanté y tomé mi bufanda, dispuesta a ayudarle al señor, pero no sé qué me dió, que comencé a sentir unas enormes arcadas.

Eran incontrolables, quise aguantarlo, pero no pude y sin intención alguna eché todo lo que había desayunado sobre la cabeza del Santa Claus viajero.

¡Carajo!

No tardó nada en levantarse de su asiento, morado de la ira, y comenzar a gritar improperios en lo que parecía ser francés, mientras la azafata lo miraba con asco y le ofrecía muchas servilletas, con su nariz cubierta con una mano y la otra extendida unos pasos lejos.

— ¡por evitar a las desagradables personas de clase baja viajo en este sitio, pero al parecer es lo mismo o peor! — espeta, y es lo único que logró entenderle.

Mi amiga, que antes se estaba riendo a carcajadas como si estuviera demente, ahora tenía su ceño fruncido y señalaba molesta al Santa francés.

— Escucha, amigo, tu comentario fue desagradable…

— ¡Pido que las bajen del avión!

La azafata lo vio apenada. — no podemos hacer eso, estamos a la mitad del vuelo a más de 20,000 pies de altura…

— ¡Ella es la hija del dueño, repartidor de regalos malvados! — exclamó ahora, Susan.

El Santa, sin más que decir, aceptó las servilletas que le ofrecía la amable azafata, resopló y ladeó su rostro. — demandaré a la aerolínea.

Podía intentarlo, pero tenía que enfrentarse a los mejores abogados del país, entre esos, mi abuelo, Samuel, y mi tía, Génova.

Nunca en su vida perdían un caso.

Una nueva turbulencia provocó que las arcadas regresarán, por lo que aprovechando que todos estaban discutiendo sobre el tema, me alejé por el pasillo, hacia el baño, con ambas manos cubriendo mi boca, empujé la puerta y sin darme cuenta de que alguien estaba ahí, la cerré con fuerza, me dirigía hasta el inodoro y comencé a vomitar lo poco que guardaba en mi estómago.

¿ A esto es a lo que llamaban los felices 22 años?. ¡Pues eran un asco!

Solté la cadena del agua, me acerqué al lavamanos, lavé mis manos, enjuagué mi boca y justo cuando estaba lavando mi rostro, al levantar la mirada por el espejo, lo ví.

— ¡¿t-tú que haces aquí?!

Se encogió de hombros, lanzó el cigarrillo que tenía entre sus dedos al bote de la basura y se levantó.

— me relajaba.

— ¿Te relajabas? ¡Es un avión! ¡Se supone que está prohibido hacer eso aquí!

— tampoco deberían haber pasajeros que vomiten a otros, y una regla que impida que locas como tu amiga ingueran alcohol a la mitad del vuelo. — sonrío de medio lado. — pero ya ves, no siempre las cosas son como las queremos.

Idiota.

Me crucé de brazos y tensé mi mandíbula, retandolo con la mirada.

Era el mismo sujeto que me había chocado atrás de la tarima esa noche.

¡La más intensa y maldita noche de mi vida!

Se le estaba haciendo costumbre aparecer de repente y parecía tener un don para sacar lo peor de mí, para fastidiarme como si fuera su deporte favorito, y lo jodidamente malo era, que le salía a la perfección.

Imitó mi gesto y se acercó unos pasos, haciéndome retroceder, si sonrisa entonces se ensanchó aún más y una vez más dió un para de pasos al frente, invadiendo por completo mi espacio personal.

Su presencia era imponente, su mirada era intensa y no podía dejar de ver sus hermosos orbes grises.

Ahogué un suspiro y recordé la razón por la que estábamos discutiendo — ¡Me voy!— exclamé molesta, queriendo escapar de aquel momento y de paso, queriendo pone

r distancia entre él y yo, pero cuando tome el pórtico de la puerta y tiré de él…

—¡Esta enganchada!

¡Genial! 

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