31. Tu vida no me interesa
El nombre de esa mujer brillaba en su teléfono como un recordatorio doloroso de que Dante y yo no éramos nada. Ese casi beso solo fue un amargo recordatorio de que nosotros no estábamos allí por amor, solo para cumplir un papel para que él reclamara su herencia. Dante cerró el teléfono con un rostro serio, lo guardó y farfulló lo que pareció ser un insulto en italiano, mordiendo cada palabra con rabia. Sus ojos me vieron por el rabillo y, como si nada hubiera pasado, volvió a posar su vista hacia el camino.
El ambiente entre nosotros se tornó extraño. Era la sensación de entrar en un bosque en invierno, gélido y frío, pero con la belleza natural de unos árboles con hojas. Decidí no preguntar simplemente porque no tenía derecho, además de que no debía importarme. Mi mente comenzó una pelea interna de querer y no saber quién era. Flashes de mi anterior relación, donde era la “otra” de la discordia. Los insultos de la esposa llegaron a mí con palabras de “perra, sabías que estaba casado”