32. El infierno de Dante
Mis ojos se clavaron en ese objeto como si fuera una brasa encendida y el solo acercarme provocara que me quemara. Los latidos de mi corazón se estremecieron de una manera donde no sabía qué era lo que debía sentir. Dante, sin decir nada, cerró la llamada volteando el teléfono y colocándolo boca abajo. Sus ojos se mantenían en los míos, pero no eran fríos, sino que había algo más.
—Louisa, no tienes que preocuparte por Isabella —su voz se tornó suave —Ella y yo no somos nada, no tienes que ponerte celosa.
¿Celosa? Esa palabra se me incrustaba en la piel como un doloroso tatuaje. Apretaba mis labios en una fina línea. No produje sonidos por unos momentos hasta que finalmente dije con un dolor:
—No son celos, Dante, no puedo sentir celos de algo que no es mío ni está en una relación. Lo que hagas con tu ex novia… o ex prometida… o lo que sea, no tienes que explicármelo, pues simplemente yo soy la madre de Edward.
Cada palabra arrancada de mi garganta me provocaba dolor. Dante tenía u