—Tengo que mirar —susurró para ella misma Livana sintiendo que estaba a punto de llorar.
Tomó temblorosa la prueba y la acercó a su rostro.
—Ay no, él va a matarme —susurré horrorizada.
La primera vez él no había sabido que Livana estaba embarazada.
Ni siquiera su madre lo hizo.
Los embarazos de las lobas, a pesar de que ella no pudiera convertirse en una, duraban solo 4 meses.
Ese fue el tiempo que Livana usó solo vestidos grandes en presencia de sus padres y casi no salía de su habitación.
Afortunadamente ellos no le prestaban demasiada atención.
Y así pudo ocultar su embarazo hasta el día que fue a dar a luz, sin embargo, Aria la había visto.
Había sido ella quien le dijo a su madre.
Para cuando Livana dio a luz y cayó desmayada, ellas le dijeron que su cachorra había muerto y la enterraron.
Livana las odió por no dejarla ver a su cachorro aunque fuera una sola vez, ya que la habían enterrado enseguida para que su padre no se enterara.
Como si su cachorrita fuera un sucio secreto.