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Un extraño que no me juzga

Veo la alta e imponente figura de Mariano Hans marcharse, con la cabeza agachada y la postura reducida a la miseria.

Intento pensar en todo... Una parte de mí, siente el corazón latir con prisas porque su sueño de adolescente se ha vuelto realidad. Mariano me ha dicho que está enamorado de mí.

Pero otra parte de mí, la que fue a esa cena, la que vio a Kiara irrumpir en su casa, se siente decepcionada de amarlo.

Una enfermera entra, su sonrisa es cálida.

—Señorita Fatima. Va a entrar el doctor. —arroja la mujer de mediana edad y se lleva algunos papeles que habían estado acomodadas en un sillón.

Me quedo esperando al doctor, es lo que se suponía que pasará. No quiero ver a nadie, pero es necesario si quiero salir de aquí pronto.

Después de que lo corrí, necesito la distancia entre él y yo, nuestro reencuentro solo ha traído desgracia, y esta tiene que ser una señal del destino, aunque mi yo interno se niegue a aceptarlo.

La puerta se abre con suavidad. No es Mariano ni es nuevamente la enfermera. Es un hombre que no reconozco.

—¿Señorita Hneidi? —me solicita una voz dulce y apacible.

—Buenas tardes, doctor. —digo de manera calmada cuando aparece un hombre de al menos treinta años, alto, robusto, con una espesa cabellera castaña oscura y unos ojos negros llenos de intensidad. La bata parece estar comprimiendo sus bíceps excesivamente marcados en la misma.

—¿Cómo te sientes?, he estado revisando algunos estudios que hemos hecho. Para la velocidad en la que intentaste conducir, y el control que perdiste, es un milagro que estés aquí, y sin mayores complicaciones... —expresa el doctor y dibuja una media sonrisa que por alguna razón me genera una especie de confianza.

¿Acaso sería correcto decirle al doctor que me siento molida porque me duele más el corazón que la cadera que me fracturé?

—He estado peor, doctor. —murmuro con un pequeño apice de sarcasmo.

—Me comprometo a que se encuentre mucho mejor, señorita Hneidi. Muy pronto podrá ser dada de alta, sin embargo, es importante que guarde reposo por unos días, hemos dispuesto del mejor tratamiento posible para la sanación de su cadera y que no hayan repercusiones, al igual que en su rodilla izquierda que también llevó un gran golpe... El señor Hans ha sido explícito en que quiere estar seguro de que usted está perfecta antes de irse de acá, pero la enfermera me ha manifestado que usted quiere irse a casa lo más pronto posible. —me aborda el doctor con detenimiento, intentando tantear como se encuentra el terreno en el que está pisando, sé que no estoy siendo una paciente demasiado fácil.

—Quiero irme a casa, tengo una abuela de la que cuidar, un trabajo, una vida. —murmuro sin querer sonar falta de respeto, he olvidado los modos correctos para dirigirte a un médico, y el hecho de que este sea joven y guapo no lo hace sencillo.

Él se ríe.

—¿He dicho algo gracioso? —le pregunto.

—Me dijeron que la paciente de esta habitación tenía una situación emocional muy fuerte, y por ello me asignaron tu seguimiento médico. Cuando vi tu nombre, quise venir personalmente. —arroja el médico con serenidad.

—¿Por qué ha querido venir a verme, le parece entretenido el chisme? —le pregunto.

—No. Te ves como alguien que necesita que le miren sin juicio. Mi nombre es Zayd Al Rami, Fatima. Médico, Imam.

—¿Ha dicho Imam? —digo intentando contener mi temperamento.

—Sí. Pero no soy de los que grita desde el púlpito. Soy de los que quiere escuchar desde la silla. —arroja con apacibilidad y sonríe.

Yo también me río.

—¿Te molesta que esté aqui, Fatima? —me interroga Zayd.

—No, la verdad es que me sorprende. —arrojo sin disimulo.

—¿Por qué?

—Porque no estoy acostumbrada a ver a hombres de fe tratándome como a una persona normal.

—Entonces vamos a cambiar eso, ¿vale?

—¿Siempre eres así? —le pregunto.

—Mm, solo cuando me encuentro con mujeres de ojos tristes y espaldas sumamente resistentes.

Me río avergonzada. No sé que tiene esta persona, que me da tanta paz.

—No estás en condiciones de cuidar de nadie por unos días, al contrario, necesitas que te cuiden. ¿Por qué no deja que su novio entre con nosotros? Quizas el también tenga algo que decir, ¿no crees? —Me interroga y hace que el ambiente se llene de una especie de complicidad.

—El señor Hans no es mi novio. —digo rápidamente.

—Me dió órdenes específicas de que no la dejé ir hasta que haya terminado el reposo en este lugar, le dije que usted había respondido de forma excelente al tratamiento y que recuperaría la movilidad total de forma progresiva, me refiero a sin dolor, ya que los traumas no fueron graves y además fueron atendidos por los mejores especialistas locales. —agrega el doctor y sonríe de forma serena.

—No tiene porqué seguir las órdenes del señor Hans, no es más que un caprichoso. Si estoy capacitada para irme a casa, tener actividades moderadas, entonces es lo que haré. —enfatizo y hago una seña para que me ayude a ponerme de pie, quiero irme, quiero dejar estos terribles días atrás.

—No puedo... —insiste el doctor y pone su mano en mi brazo, inmovilizandome.

—Sí puede, usted ha dicho que estoy bien, me han hecho descansar dos días enteros, he respondido bien al tratamiento, me duele el cuerpo, no lo niego, pero soy capaz de moverme, tomaré analgésicos, me he golpeado infinidad de veces y con un baño de agua tibia en casa me he sentido mejor. Voy a irme, manifiestelo si desea al señor y a la recepción. —profiero con determinación y me aferro a la mano del hombre para intentar ponerme de pie, lo cual logro con una molestia abrupta en la columna, pero con menos dolor del que esperaba para el esfuerzo.

El doctor me observa con interés, como si se tratara de algo jamás visto...

—¿Cómo es posible que una chica tan joven, tenga una mirada tan triste? —me interroga el doctor.

—Lo que pasa es que usted no sabe nada de mí. —respondo.

—Sí sé. Sé que su padre vendrá hasta aquí y eso la tiene nerviosa por alguna razón. Sé que su hermana ha venido y ha armado un escándalo. Sé que estas adolorida y cansada. Y a pesar de todo, sigues aqui, pidiendo que te deje ir porque quieres cuidar de tu abuela. Eso es suficiente para admirarte. —arroja el doctor, dejándome sin palabras.

—¿Admira a sus pacientes? —le inquiero.

—Solo a las que sobreviven de guerras invisibles.

El aire se vuelve mas liviano en la habitación.

—¿Y usted que hace aquí? —le pregunto curiosa, al notar que es un hombre árabe, musulmán, igual que los míos. En doctrina, jamás en practicidad. No había conocido un hombre árabe tan dulce como él.

—Nací en Damasco. Me formé en Medicina en Estambul. Y terminé aquí en USA porque Allah tiene muy buen sentido del humor. —expresa el doctor con gracia.

—¿Y qué hace un doctor, que también es IMAM, en una clínica de USA? —le pregunto curiosa.

—Ejerce su profesión de médico. Sana. Escucha. Acompaña. —dice el doctor con tono afable.

—¿Y también se enamora? —pregunto, sin saber en absoluto porque he hecho una pregunta de este índole.

Él me mira, pero no se incomoda, tampoco ríe.

—Solo cuando encuentras a alguien que le recuerda porque es importante tener fe. —arroja el médico con tranquilidad.

—No sé si mi fe es valiosa.

—Estoy seguro de que lo es, Fatima. Allah no te ha abandonado, nunca lo hará.

Él me mira con indulgencia y yo me siento distinta ante su mirada, sus ojos son hermosos.

—¿Puedo ayudarte? —me pregunta sin más.

—Permitiendo que me vaya a mi casa a intentar ordenar lo que queda de mi vida, estaría muy agradecida si le soy honesta. —le digo.

El hombre asiente y me tiende la mano, haciendo que estar de pie me duela menos que hace algunos segundos, veo un pequeño bolso en la esquina de la habitación donde se encuentran mis cosas, puedo identificar mi suéter blanco de toda la vida a kilómetros, quizás Dana lo trajo para mí.

Logro vestirme con la ayuda silenciosa del hombre que me ha estado acompañando, y me siento a gusto en su compañía, es como si me generara alguna especie de paz.

Intento no pensar demasiado en mi familia, en Mariano, en el caos, y trato de inclinar mis pensamientos en mi trabajo, en mi abuela, en mis amigos, y en los planes que tenía antes de que el mundo se viniera encima de mí, antes de este accidente y antes de que el amor quisiera plantarse como una salida a mi aburrida y monótona vida.

Al estar vestida, sigo sintiéndome cansada y abrumada. Salgo de la habitación, con la ayuda del doctor, Mariano se encuentra sentado en la recepción con una cara poco afable, ¿no sé supone que él ya debería de haberse ido?

—¿Por qué le han dado de alta a la señorita Hneidi cuando se nota que su recuperación no ha sido culminada? —irrumpe Mariano y el doctor le hace una seña pidiendo que se acerque.

No va a lograr retenerme más en este sitio. Me siento estable, necesito avanzar.

—La señorita manifiesta sentirse bien, y me ha obligado a permitirle irse, ha respondido bien al tratamiento y con los cuidados adecuados puede estar en casa. No quiere estar aquí. Hemos hablado. —se dirige a Mariano el doctor, su tono es distante.

—Fatima, estás siendo una idiota. No es momento de ser terca. —me aborda Mariano y toma mi mano entre las suyas, mi cuerpo se siente hirviendo ante su contacto.

Mantengo mis labios en una línea fina, no soy capaz de decir nada...

—¿Mi hija está bien? —escucho una voz rígida, helada, y llena de recuerdos que pensé que no volverían.

Ella está aquí. Mi madre.

Fatma... Mamá...

Lo que alguna vez, fue mi punto débil.

Suelto la mano de Mariano de forma instantánea y un pequeño chillido sale de mi boca. Mi madre sigue siendo la misma mujer hermosa que llama la atención de todos. Quien me hace sentir solo una niña.

Mis pies me traicionan y no soy capaz de hacer lo que debería de hacer, huir. Me quedo parada, justo en frente de dos personas que han sido capaz de destruirme y reconstruirme a sus antojos.

—Fatima, vas a venir conmigo, y vas a explicarme que es lo que buscas acercándote a Mariano. —Me aborda de forma directa mi madre y sostiene mi brazo con fuerza, haciéndome daño. Devolviéndome a la habitación.

—Querida Fatma, no es necesario que trate a Fatima de este modo... —irrumpe Mariano e intenta retirar la mano de mi madre clavada en mis débiles muñecas.

—Trato a mi hija de la forma en que se me pegue la real gana, ocúpate de tus propios asuntos y de que Kiara sea feliz, de las estupideces de Fatima me voy a ocupar yo. Es mi hija, tengo asuntos. —arroja mi madre y empieza a empujar mi cuerpo y gritar insultos en árabe.

Las escenas del pasado empiezan a reproducirse en mi cabeza mientras que las opiniones de Mariano nos pisan los talones, no esperaba que las cosas terminaran así, no quería regresar a esto.

—Voy a alejarme, mamá. Lo siento, no debí buscar a Mariano, ni quiero estar cerca de ustedes.

—Eres mi hija, Fatima. Y hemos sido muy suaves contigo, por eso te has estado comportando como una jodida perra en todos estos años, pero eso ahora va a cambiar, y no tendrás opción ni oportunidad de arruinarlo... —, tu padre va a venir. Y yo he venido a encargarme de que no hayas de tu destino. El destino que hemos elegido para ti, ¿lo entiendes?

—¿Tía Fatma? —escucho la voz tranquilizadora del doctor Zayd acercarse, fijándose en la mano de mi madre haciendo presión en mi mano.

¿Él conoce a mi madre?

¿Se acercó a mí y fue tan indulgente por qué lo enviaron?

¿Estoy siendo paranoica y estoy equivocada, realmente es una persona en la que puedo confiar?

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