Epílogo.
—Nikita, ¿y si se despierta la pequeña? —me alarmé cuando Nikita me empujó a nuestro dormitorio, puso la radio niñera en la mesita junto a la cama y empezó a desvestirme lentamente.
—¡La oiremos! —sonrió Nikita, y me empujó sobre la cama, donde aterricé de culo y enseguida me arrastré hacia el centro. Nikita sonrió y empezó a desabrocharse lentamente la hebilla del cinturón. Los pantalones cayeron al suelo y mi atención se centró en su pene erecto, que se presionaba contra la tela de los calzoncillos. Después de deshacerse eróticamente de los calzoncillos, Nikita me empujó bruscamente contra la cama con su cuerpo. Me besó apasionadamente, robándome los pensamientos y el aliento. Tocó mis pechos y bajó suavemente hacia mi vientre, siguió adelante, to