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capítulo 9: Escape.

Capítulo 9: Escape.

POV Noah

La sala privada del piso cuarenta era un rectángulo de silencio y vidrio esmerilado. No había vistas a la ciudad. Eun-Ji Ha detestaba las distracciones cuando iba a enseñar una lección.

El té seguía servido sobre la mesa baja. Intacto. Frío.

—Siéntate —ordenó—. Hoy no vienes como presidente. Vienes como alguien que acaba de equivocarse gravemente.

Obedecí.

Colocó sobre la mesa una carpeta delgada, sin logo, sin marcas. No necesitaba identificarse.

—¿Sabes por qué te pedí que subieras solo? —preguntó, hojeando el contenido con una calma que resultaba más amenazante que cualquier grito.

—Supuse que era importante.

—Lo es.

Pasó una página.

—Adelantaste la jubilación de Gabriel Morales.

No fue una pregunta.

—Fue una decisión corporativa —respondí—. Legal. El contrato lo permitía. La reestructuración lo—

Levantó la mano.

No con violencia. Con autoridad.

—No me expliques lo que ya sé —dijo—. Explícame por qué.

Enderecé la espalda.

—Porque ya no cumplía una función operativa clave. Porque su permanencia era innecesaria.

Cerró la carpeta con suavidad.

—Eso fue rápido, Noah. Demasiado rápido.

—El tiempo era un factor. Usted misma dijo que no lo desperdiciara.

Alzó la vista por primera vez. No había enojo. Tampoco sorpresa.

Había algo peor.

—Sí —admitió—. Dije que no lo desperdiciaras. No que lo usaras como un arma.

Sentí el golpe seco en el pecho, pero no bajé la mirada.

—No hice nada ilegal.

—Lo sé.

El silencio se estiró.

—Y ahí está el problema —continuó—. Siempre tan cuidadoso de no romper las reglas. Siempre tan dispuesto a romper a las personas.

Apreté la mandíbula.

—Usted me enseñó a ganar.

Inclinó la cabeza apenas.

—Te enseñé a sobrevivir. Ganar es otra cosa.

Se puso de pie y caminó hasta la pared de vidrio. Apoyó la palma abierta, como si tocara algo que solo ella podía ver.

—¿Crees que dividí la herencia porque dudaba de tu inteligencia? —preguntó, sin mirarme.

—No. Lo hizo para forzar una alianza.

Sonrió apenas.

—La dividí porque te conozco.

Se giró hacia mí.

—Eres brillante. Estratégico. Frío cuando hace falta. Pero cuando alguien no se doblega ante ti… te vuelves inhumano.

La palabra cayó como una losa.

—Y por hombres así —continuó— jamás habría dejado este imperio en una sola mano.

Di un paso hacia adelante.

—Estoy cumpliendo con el testamento.

—No —dijo—. Estás cumpliendo con la letra y traicionando el propósito.

Tomó el bastón de madera oscura y lo apoyó con suavidad contra el suelo.

—Ese matrimonio no es el objetivo, Noah. Es el filtro.

Me miró fijo.

—La prueba nunca fue compartir. Fue ver qué hacías cuando no podías comprar, intimidar o aplastar.

Tragué saliva.

—Gabriel Morales no era un peón —añadió—. Era un límite. Y tú decidiste cruzarlo.

—No usé a su hija —repliqué, rápido—. Tomé una decisión empresarial.

—No —corrigió—. Usaste al padre para quebrar a la hija.

El silencio cayó pesado.

—¿Recuerdas por qué tu herencia no te pertenece aún? —preguntó.

No respondí.

—Porque eres brillante, sí —continuó—. Pero también eres malcriado, desagradecido y peligroso cuando nadie te pone límites.

Se acercó un paso más.

—No perderás la herencia porque Luna te rechace.

Se inclinó apenas hacia mí.

—La perderás porque no entiendes el precio de tenerla.

El mundo me tembló bajo los pies. Nunca había sentido algo así.

—Si continúas así —prosiguió—, incluso si obtienes la empresa, incluso si fuerzas ese matrimonio… habrás demostrado que no mereces nada de lo que reclamas.

—¿Qué quiere que haga? —pregunté.

Me sostuvo la mirada durante un largo segundo.

—Quiero que elijas —dijo—. Luna… o nada.

Se dio la vuelta.

La conversación había terminado.

Me quedé solo en la sala. Sin gritos. Sin castigo visible. Sin salida fácil.

POV Luna

La casa olía a naranjas. A cakes de naranja, para ser precisa. De esos que mamá solía preparar cuando no todo iba bien. Papá le había copiado la intención.

Cerré la puerta con cuidado, como si el ruido pudiera romper algo que ya venía frágil desde antes.

Papá estaba en la cocina, de espaldas, revisando una hoja doblada demasiadas veces.

—Conseguí algo —dijo, antes de que yo pudiera hablar—. No es gran cosa, pero es trabajo.

Dejó el papel sobre la mesa.

—En el norte del estado. Temporada de frutas. Como antes.

Antes.

—Papá… eso es demasiado forzado.

—Trabajo es trabajo.

—No. Eso es huir.

Se pasó la mano por el pelo.

—No quiero que te quedes sola. Pero tampoco quiero ser una carga.

Sentí algo apretarme el pecho.

—No quiero que te vayas. No quiero irme de Nueva York y no quiero que tú te vayas y me dejes acá.

Me miró, sorprendido.

—Esta ciudad es dura.

—No tengo amigos. No de verdad. Tú eres lo único que tengo.

El silencio se volvió real.

—Tengo sesenta años —dijo al fin—. Nadie quiere contratar a un conserje viejo.

—No digas eso.

—No voy a dejar que arruines tu juventud por mí.

—Soy una técnica increíble —dije—. Reparé ascensores industriales, sistemas hidráulicos, tableros eléctricos. Sé escuchar una máquina y saber qué le duele.

Me miró con tristeza.

—Necesitas una vida normal.

—Puedo cuidarme sola. Y cuidarte a ti también.

Lo abracé.

—Tranquilo, pa. Yo te cuido ahora.

No lloró, pero estuvo cerca.

—¿Y si hoy nos olvidamos de HaTech? —propuse—. Vemos El apartamento. Como antes.

Asintió.

Por un rato, solo por un rato, el mundo dejó de doler.

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POV Noah

La noche cayó sobre Nueva York con una elegancia silenciosa. Desde el piso treinta y dos, la ciudad parecía una maqueta perfecta: luces precisas, orden aparente. Irina estaba frente a mí, impecable, sosteniendo la copa como si el mundo entero la estuviera observando.

—Este vino —comentó sin prisa— tiene un bouquet que recuerda a la Toscana. Profundo… pero exige paciencia.

—Como casi todo lo que vale la pena —respondí, observándola más a ella que a la copa.

La conversación fluyó sin esfuerzo. Nada de largas explicaciones, nada de conquistas innecesarias. Hablamos de comida, de negocios, de lugares donde el tiempo parece moverse distinto. Irina sabía marcar el ritmo: una frase sugerente, una pausa exacta, una sonrisa medida.

—No cualquiera soporta tu intensidad, Noah —dijo en cierto momento, inclinándose apenas hacia mí—. Agota.

—Por eso no cualquiera se sienta aquí —respondí.

Sonrió. Lo entendió

—No has tocado el vino —dijo Irina, inclinando apenas la copa hacia mí—. ¿Te decepciona?

—No —respondí—. Solo lo observo.

—Eso haces con todo —sonrió—. Analizas antes de disfrutar.

—Es un defecto profesional.

Irina giró la copa lentamente, dejando que el líquido se deslizara por el cristal.

—Este en particular necesita aire —comentó—. Y alguien que se atreva.

Alzó la copa… y bebió de la mía, sin pedir permiso. Sus labios quedaron apenas húmedos. No apartó la mirada.

—¿Ves? —añadió—. Ahora sabe mejor.

—Juegas con fuego —murmuré.

Ella se acercó lo suficiente para que solo yo la oyera.

—Te hace falta arder un ratito.

No me dio tiempo a responder. Se inclinó y me besó: breve, lento, deliberadamente incorrecto para un restaurante lleno. No fue un beso urgente. Fue una advertencia.

Se separó con una sonrisa tranquila.

—Voy al baño.

Asentí sin decir nada. Ella se levantó con naturalidad, como si no acabara de incendiarme, y caminó entre las mesas con la seguridad de quien sabe exactamente lo que provoca.

Tomé la copa y bebí otro sorbo, esta vez sin analizarlo.

El teléfono vibró.

Jason:

Mañana tienes entrevista para el nuevo conserje. Sustituye a Gabriel Morales.

Tecleé con una sola mano.

Noah:

¿Ya no eres mi abogado? ¿Ahora eres mi secretario?

Jason:

Soy tu amigo, idiota.

Por cierto, Luna Morales tiene cinco entrevistas mañana.

Mis dedos se tensaron.

Noah:

Asegúrate de que no quede en ninguna.

La respuesta tardó unos segundos.

Jason:

Solo te aviso. No voy a arruinar a esa chica.

Me cae bien. Es la única que pone tu ego en su sitio.

Sonreí apenas.

Noah:

No puedes estar con Dios y con el diablo, Jason.

Toma bando.

Jason:

Por favor, desestrésate.

Y no me jodas más.

Dejé el teléfono sobre la mesa.

—Cabronazo… —murmuré para mí mismo, divertido.

El móvil vibró otra vez.

Esta vez no era Jason.

Una foto.

Irina, frente al espejo del baño. El vestido apenas sostenido por una mano. Mirada provocadora. Sonrisa peligrosa.

Me levanté con calma, acomodé la chaqueta y caminé hacia el fondo del restaurante como si nada. Entré al baño de mujeres sin mirar atrás. Cerré el pestillo.

El baño estaba vacío. Silencioso. Demasiado pulcro para lo que estaba a punto de ocurrir.

Irina me esperaba apoyada contra el lavabo, los brazos cruzados, la mirada encendida. Cerró la puerta detrás de mí y pasó el pestillo con un clic seco que resonó más fuerte de lo debido.

—¿Siempre haces esto? —pregunté en voz baja—. Arrastrarme a lugares indebidos.

—Solo cuando veo que lo necesitas —respondió.

Se acercó despacio, como si el espacio fuera suyo. Como si yo lo fuera. Me tomó la corbata y tiró de ella lo justo para obligarme a inclinarme.

—Estás tenso —susurró—. Mandas, decides, controlas… pero no descargas nada.

—Irina…

—Shh.

Apoyó un dedo en mis labios. Su perfume llenó el aire. Fuego y algo más peligroso: intención.

—Aquí —continuó— no eres jefe. No eres estratega. Solo eres un hombre que lleva semanas conteniéndose.

Me besó entonces. No fue suave. Fue lento, profundo, deliberado. Como si quisiera probar hasta dónde podía empujarme sin que yo me apartara.

No lo hice.

Mis manos encontraron su cintura casi sin permiso. El espejo nos devolvió una imagen que no quería analizar: su vestido deslizándose por los hombros, mi reflejo atrapado en su juego.

—Mírate —dijo contra mi cuello—. Así deberías verte más seguido.

El vestido cayó al suelo con un susurro de tela cara. Irina sonrió, satisfecha, como si hubiera ganado algo invisible.

—Estás loca —murmuré, con la respiración alterada.

—Y tú llevas demasiado tiempo siendo correcto.

La empujé suavemente contra la pared fría. El contraste le arrancó un gesto que ella celebró con una risa baja.

—Eso —dijo—. Ahí estás.

El mundo se redujo a respiraciones entrecortadas, a la cercanía peligrosa, a esa línea invisible que no necesitábamos cruzar para saber que ya habíamos perdido el control.

Cuando apoyó la frente en mi pecho, el fuego seguía ahí. Contenido. Ardiente.

—Luego —susurró— seguiremos donde nadie pueda interrumpirnos.

No respondió a mi silencio. No lo necesitaba.

Sabía que ya había ganado.

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