Inicio / Romance / Te compro tu amor / Capítulo 10: Pérdida
Capítulo 10: Pérdida

Capítulo 10: Pérdida

POV Luna

El despertador sonó a las seis en punto, pero yo ya estaba despierta.

No por ansiedad. Por algo mejor.

La noche anterior apenas había dormido.

Había pasado horas sentada en la mesa de la cocina, con el portátil abierto, enviando currículums como si el mundo fuera a acabarse al amanecer. Empresas grandes. Pequeñas. Industriales. De mantenimiento. De todo lo que oliera a máquinas y trabajo honesto.

Cuando al fin cerré el ordenador, tenía los ojos ardiendo y los dedos entumecidos.

Y aun así, sonreía.

Porque a las cinco de la mañana, el correo empezó a vibrar.

Cuatro mensajes.

Cuatro entrevistas.

Cuatro oportunidades de que nuestro problema se solucionara prontito.

La luz de la mañana entraba tímida por la ventana de la cocina cuando me até el cabello frente al reflejo del microondas. Me puse la camisa azul que me hacía sentir capaz —no bonita, capaz— y revisé por tercera vez la carpeta con mis certificados, licencias y cartas de recomendación.

Papá estaba sentado a la mesa, con la taza de café entre las manos. Seguía viéndose cansado, como si la jubilación anticipada aún le pesara en los hombros, pero cuando me vio salir del cuarto sonrió de verdad.

—Mira nada más —dijo—. Toda una ingeniera importante. —Técnica —lo corregí, acercándome—. Pero sí. Importante.

Le di un beso en la mejilla y él me sostuvo la cara con ambas manos.

—Cuatro entrevistas —le dije—. Cuatro oportunidades de que todo se arregle rápido. Todo va a estar bien, ya verás.

Suspiró, como si quisiera creerme sin reservas.

Se puso de pie y me abrazó con fuerza. Luego apoyó la frente en la mía.

—Que Dios te bendiga, mija —dijo en voz baja—. Que te cuide y te abra caminos.

Sentí un nudo en la garganta.

—Amén —respondí—. Y espérame despierto, ¿sí? Hoy regresamos celebrando.

Tomé el bolso y salí casi corriendo.

---

La primera empresa fue correcta. Profesional. Limpia.

Nada extraordinario.

La segunda, rápida y fría. Preguntas de manual, respuestas de manual.

La tercera, cordial. Demasiado cordial para ser honesta.

Salí de esas entrevistas con sensaciones tibias. Ni malas ni buenas.

La cuarta empresa era otra cosa.

El edificio imponía respeto incluso antes de cruzar la puerta: acero oscuro, mármol, silencio afilado.

El hombre que me recibió no se levantó al verme entrar.

—Siéntese —dijo, sin presentarse.

Lo hice.

Me recorrió con la mirada, lento, crítico.

—No está vestida para una entrevista en una empresa como esta.

Le sostuve la mirada.

—¿Evalúa mi apariencia o mis capacidades?

Eso lo obligó a sonreír.

—Interesante —murmuró—. Soy Víctor Hale. Director de operaciones.

Se inclinó hacia adelante.

—Veamos si esa seguridad está justificada.

Empezó a disparar preguntas.

Fallos encadenados en sistemas de tracción. Protocolos en rescates con personas atrapadas a más de veinte pisos. Diagnóstico de vibraciones irregulares. Tableros que aparentan estabilidad mientras se recalientan por dentro.

Preguntas formuladas para hacerme dudar.

No lo hice.

Respondí una por una. Con ejemplos. Con experiencias reales. Con noches sin dormir y manos manchadas de grasa.

Noté el cambio.

Levantó una ceja. Tomó notas.

—Tiene mucha confianza —dijo.

—Tengo mucha experiencia.— contesté

Cerró la carpeta.

—Espere afuera —ordenó—. Lo deliberaremos y hoy mismo le daremos una respuesta.

Me puse de pie.

—¿Cuánto tiempo? —pregunté—. Tengo otras entrevistas.

Mentí.

Sus ojos se afilaron.

—El que sea necesario —respondió—. ¿Quiere el puesto o no?

—¿Usted quiere una técnica de categoría o no?

Se quedó mirándome un segundo más de lo necesario.

—Me gustaría que me lo demostrara sin duda —dijo al fin—. Espere afuera.

Salí con el pulso acelerado.

Indignada.

Rabiosa.

Atenta al teléfono.

La cafeteria de la empresa quedaba a varios pisos más abajo. Baje del ascensor.

Ahí fue donde algo empezó a ir mal.

El mareo llegó de golpe, como si el suelo hubiera decidido inclinarse sin avisar. Me apoyé un segundo en la pared del edificio antes de entrar.

Respira, Luna.

Todo está bien.

Avancé.

La sala de espera estaba casi vacía.

Y entonces lo vi.

—¿Tú?

El hombre levantó la vista de unos papeles y frunció el ceño, sorprendido.

—Vaya —dijo—. El mundo es un pañuelo.

Jason.

Traje impecable. Cara de no haber dormido lo suficiente. El mismo aire de abogado que sabe más de lo que dice.

—¿Qué haces aquí? —pregunté. —Trámites legales —respondió—. Esta empresa es socia de HaTech.

Genial.

El mareo regresó, más fuerte.

El aire se me fue del pecho.

—¿Estás bien? —preguntó, poniéndose de pie. —Sí —mentí.

No lo estaba.

La sala giró un segundo de más.

—Oye… —dijo, sosteniéndome del brazo—. Siéntate.

Me dejé caer en la silla.

—¿Estás embarazada?

—¿¡Qué!? —lo miré horrorizada—. No. ¡Eso es imposible!

Parpadeó.

—Entonces no has comido nada.

No respondí.

—Ven —dijo—. Desayunemos.

—No es necesario —me incorporé—. Estoy bien. Además… no recibo ayuda de los amigos de mis enemigos.

Alzó una ceja.

—Te ves fatal, señorita Morales. Y no creo que gane esta guerra contra Noah Ha si no se alimenta.

—Puedo ir sola —dije—. Gracias.

Di un paso.

El mareo me obligó a detenerme.

—Cuánta terquedad en una sola persona —murmuró—. Igualita a Noah.

—No me compares con esa persona desagradable.

—Entonces acepte mi ayuda.

Lo miré unos segundos.

Odié necesitarlo.

—Está bien —cedí al fin—. Solo porque realmente estoy muy mareada.

Jason sonrió, aliviado.

—Prometo no envenenar tu café.

Caminamos hacia la cafetería.

No sabía por qué mi cuerpo me estaba fallando. O si sabía, no había comido nada desde ayer.

Y también sabía otra cosa:

Ese día aún no había terminado de ponerme a prueba.

---

POV Noah Ha

Todavía sentía el calor de Irina cuando abrí los ojos. Sus labios recorriéndome el cuello me arrancaban un suspiro involuntario.

—¿Ya no hemos tenido suficiente actividad? —gruñí, medio sonriendo, medio ronco.

—¿Tan rápido estás satisfecho? —replicó con un brillo travieso en los ojos.

—No me retes —susurré, subiéndome sobre ella y besándola con urgencia, reclamando cada segundo de la noche.

Pero entonces sonó el teléfono. Dos tonos cortos que cortaron nuestro momento como un cuchillo. La pantalla mostraba un nombre que no esperaba: Víctor Hale.

—¿Víctor? —dije, confundido, pensando que era algo de negocios—. ¿Qué ocurre?

—Noah —su voz firme y calmada, como siempre—. Tengo a una ex empleada postulando para un cargo en mi empresa: Luna Morales. Necesito tu referencia.

El corazón me dio un vuelco. Luna Morales. Aquí. Ahora.

Me levanté de un salto de la cama y corrí al baño, cerrando la puerta tras de mí.

—No la contrates —dije con voz tensa, mientras mis manos buscaban el lavabo para apoyarse—.

—¿Por qué? —preguntó Hale desde su oficina, con esa calma irritante que siempre me sacaba de quicio.

—Es indisciplinada, irresponsable e indomable —contesté, sin pensar en suavizarlo—. No sirve para tu equipo.

—Interesante… me parece que es llamativa, retadora… y sexy. Me gusta —su tono no dejaba lugar a dudas de que no iba a ceder fácilmente.

—No tomes ninguna decisión. Nos vemos en 60 minutos —gruñí, colgando y maldiciendo mientras me secaba la cara.

—Te doy 30. La tengo afuera esperando. Si no llegas antes y me ofreces algo mejorz algo jugoso para dejarla ir, la contrato —dijo Hale divertido de ponerme en jaque antes de colgar.

Maldición.

Busqué la ropa con manos temblorosas, me vestí lo más rápido posible y me calcé los zapatos a trompicones. En mi apuro, algo cayó al suelo: la caja del anillo.

Irina, aún acostada, la recogió y sus ojos brillaron.

—¿Y esto? —preguntó emocionada—. ¿Es para mí?

—No tengo tiempo ahora para eso —dije, sin mirarla, con el corazón latiendo a mil.

No podía explicarle nada. Ni siquiera podía pensar en explicarlo. Salí corriendo del hotel, mal vestido, con la urgencia de quien sabe que cada minuto cuenta.

Treinta minutos.

Eso fue lo que Hale me dio antes de colgar. Treinta minutos antes de contratar a Luna Morales.

Corrí por las calles de Nueva York como si el suelo estuviera en llamas. La camisa desabrochada, la corbata olvidada en el hotel, los zapatos mal puestos. Los taxis no se detenían. Los semáforos parecían conspirar contra mí.

Un scooter.

No lo pensé. Lo tomé.

Aceleré entre coches, bocinas, lluvia fina que me empapó el rostro y el traje caro. No me importó. Nada importaba excepto llegar.

Dos minutos.

Salté del scooter frente al edificio de Hale y entré casi sin aliento.

El silencio fue inmediato.

Los empleados levantaron la vista de sus escritorios.

—¿Ese es… Noah Ha?

—¿Está mojado?

—¿Sin corbata?

—¿Vino en scooter?

Todos me conocían. Todos me respetaban. Y ninguno me había visto jamás así.

Entré directo al despacho.

Víctor Hale levantó la vista lentamente. Me recorrió de arriba abajo. Y sonrió.

—Noah Ha… —dijo con deleite—. Esto sí que no lo esperaba.

—No tenemos tiempo —respondí, cerrando la puerta tras de mí—. ¿Cuál es tu precio?

Hale se reclinó en su silla, entrelazando los dedos.

—¿Precio? —rió—. Tranquilo. Primero dime… ¿quién es ella?

—No importa.

—Claro que importa —replicó—. Jamás te vi correr así. Jamás te vi llegar suplicando. Tanto lío por una chica… ¿qué escondes?

Apreté el puño.

—No la contrates.

—¿Y por qué habría de escucharte? Es brillante. Es provocadora. Me gusta. —Hizo una pausa—. Y estaba a punto de firmar.

Tomó su teléfono.

—Antuam —dijo—, dile a Luna Morales que suba. Está contratada.

El aire se me fue de los pulmones.

—Víctor… —advertí.

Él levantó una ceja.

—Ah, ah. Negociación, Noah. No amenazas.

Me acerqué al escritorio.

—¿Qué quieres?

Sonrió. Esta vez, como un tiburón.

—Quiero que HaTech quede fuera de mi empresa.

—¿Mis acciones? —dije con incredulidad—. Eso es ambicioso incluso para ti.

—No —corrigió—. Es proporcional a lo desesperado que estás.

—Eso no te lo voy a dar.

—Entonces ella sube —respondió, mirando el teléfono—. Diez segundos más y entra por esa puerta con un contrato.

Apreté la mandíbula.

—Pide otra cosa.

—Quiero control. Quiero poder decir que Noah Ha perdió algo por una mujer.

Silencio.

—Cinco segundos —añadió.

—Vale… —escupí—. Te doy las acciones. Pero fuera del consejo. Fuera de los titulares.

—Hmm… —Hale fingió pensarlo—. No. También quiero tu firma hoy. Y una cláusula de silencio.

—Me estás desangrando.

—Y tú estás comprando algo —respondió—. Vulnerabilidad.

Lo miré a los ojos.

—Es mía. Nadie la toca.

Hale soltó una carcajada.

—Nunca te vi tan fuera de control, Noah Ha. Fascinante.

Tomó el teléfono otra vez.

—Antuam… no digas nada. Cambio de planes.

Colgó. Extendió los documentos.

—Firma.

Firmé.

Cada trazo fue una derrota. Cada segundo, una pérdida.

Hale guardó los papeles, satisfecho.

—Tranquilo —dijo—. Ella no tendrá el trabajo. Tú tendrás lo que necesitas.

Me giré para irme.

—Noah —añadió—. Cuando todo esto explote… recuerda que fuiste tú quien eligió el precio.

Salí de la oficina empapado, despeinado, con el traje arruinado.

Pero había ganado tiempo. Y ella aún no lo sabía.

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
capítulo anteriorcapítulo siguiente
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP