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Capítulo 8: Te odio

Capitulo 8: Te odio

POV Luna

El lobby de HaTech olía a metal y a limpieza reciente. Demasiado pulcro. Demasiado caro.

Me detuve apenas crucé la puerta, ajustándome la mochila al hombro como si eso pudiera darme estabilidad.

Todo era vidrio. Todo reflejaba.

Me vi en uno de los paneles: ojeras suaves, el pelo recogido sin cuidado, la camiseta lisa. No parecía alguien que viniera a reclamar nada. Parecía alguien fuera de lugar.

Avancé igual.

—¿Tiene cita? —preguntó la recepcionista sin levantar la vista.

—No —dije—. Pero él me espera.

La mujer alzó los ojos, evaluándome con rapidez. Dudó.

—¿Nombre?

—Luna Morales.

No sonó fuerte.

Pero funcionó.

La mano se le quedó quieta sobre el teclado.

—Un momento —dijo.

No me senté. Me quedé de pie, contando respiraciones. El aire acondicionado me erizó la piel.

El ascensor llegó con un sonido suave. Las puertas se abrieron.

—Puede subir —indicó—. Piso treinta y siete.

Entré sola.

El trayecto fue corto y eterno. El reflejo volvió a mirarme desde las paredes pulidas. Me acomodé la camiseta sin saber por qué. No estaba nerviosa. Estaba tensa. Era distinto.

Las puertas se abrieron.

Jason fue lo primero que vi.

Estaba recostado contra una pared, celular en mano. Al verme, su expresión cambió. No sonrió.

—Vaya —dijo—. Esto sí es inesperado.

—Quiero verlo —respondí.

Me sostuvo la mirada un segundo más de lo necesario.

—Está ocupado.

—Entonces dile que tiene compañía.

Jason suspiró, como si ya supiera cómo iba a terminar esto. Tocó la puerta una sola vez y la abrió sin esperar respuesta.

—Noah —anunció—. Tienes visita.

Lo vi al fondo de la oficina.

De pie. Saco oscuro. Camisa impecable. La luz de la ventana le marcaba el perfil con una precisión casi injusta. No parecía sorprendido. Parecía preparado.

—Déjanos —dijo sin mirarme.

Jason alzó las cejas, divertido sin humor.

—¿Seguro?

—Sí.

La puerta se cerró.

El silencio fue inmediato. Pesado.

Noah me observó con calma, como si yo fuera un informe más sobre su escritorio. No se acercó. No me ofreció asiento.

—No suelo recibir visitas sin agenda —dijo al fin.

—Tampoco sueles arruinarle la vida a la gente por capricho —respondí.

No cambió de expresión. Caminó despacio hasta el escritorio y apoyó las manos en el borde.

—Cierra la puerta —dijo.

No lo hice.

—¿Te avergüenza que escuchen lo que hiciste?

Sus ojos se clavaron en mí. No enojados. Atentos.

—No hice nada ilegal.

—No —admití—. Hiciste algo peor.

Dio un paso más cerca.

—Elegiste esto, Luna.

Sentí el golpe, pero no retrocedí.

—Elegí irme —dije—. No elegí que tocaras a mi papá.

El silencio volvió a estirarse entre nosotros.

—Se jubiló —dijo—. Con beneficios. Con reconocimiento.

—Con una carta que lo dejó vacío —respondí—. Con un día entero mirando por la ventana como si ya no sirviera.

Noah ladeó la cabeza apenas.

—Eso no es mi responsabilidad.

—No —dije—. Pero sí tu decisión.

Se acercó otro paso. Estaba demasiado cerca ahora. Podía oler su perfume. Algo caro. Frío.

—¿Viniste a pedirme explicaciones? —preguntó—. ¿O a devolverme el anillo que nunca aceptaste?

—No te atrevas —dije en voz baja.

Sonrió. Apenas.

—Te atreviste tú primero.

Respiré hondo. No vine a perder el control.

—Quiero que lo reviertas.

—No puedo.

—No quieres.

No negó eso.

—Tu padre ya no puede hacer el trabajo que hacía —dijo—. Y tú lo sabes.

Sentí rabia. Pura. Pero la guardé.

—Yo lo hacía —respondí—. Y lo hice bien.

Sus ojos brillaron un segundo. Solo uno.

—Exacto.

Entendí.

—Esto es por mí.

—Todo lo es —contestó—. Desde que decidiste decirme que no.

Di un paso atrás. No para huir. Para respirar.

—No voy a aceptar ese matrimonio —dije, firme—. Nada de lo que hagas me hará cambiar de opinión.

Sus ojos se entrecerraron, intentando encontrar alguna rendija, algún resquicio.

—Escucha, Luna… —empezó, pero lo corté con un paso adelante.

—No me escuchas —dije—. Te voy a decir algo muy claro: si insistes con esto, perderás tu herencia. Toda. Y esta empresa terminará en donaciones a beneficencia. Nadie, absolutamente nadie, recordará tu nombre como dueño de algo aquí.

El color subió a su rostro, la tensión le marcaba la mandíbula. Pero no retrocedí.

—Y cuando eso pase —continué, con voz fría—, no tendrás otra opción que enfrentarte al mundo como cualquier otra persona. Buscar trabajo. Hacer tu vida con lo que puedas ganar por ti mismo.

Se inclinó hacia mí, con esa arrogancia que siempre lo acompañaba, intentando intimidarme.

—¿Crees que eso me asusta?

—No —dije—. Te aterra. Porque no sabes lo que es no tener control, no tener poder, no tener nada garantizado.

Me giré hacia la puerta, dejando que mis palabras flotaran en la habitación como un golpe seco.

—No voy a ser parte de tu juego. No soy moneda de cambio. No me usarás para proteger tu apellido ni tu fortuna.

Lo dejé con la mirada fija en mí, atrapado por el filo de mis palabras. No dije nada más. Solo abrí la puerta y salí.

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POV Noah

La puerta se cerró.

No de golpe. No con furia.

Con esa calma exacta que deja las palabras retumbando más fuerte.

Me quedé mirando el punto donde había estado Luna Morales. El aire aún parecía cargado de ella. De su voz. De su desafío.

—Joder… —murmuré, pasándome una mano por el rostro.

Jason no tardó ni diez segundos en entrar.

—Bueno —dijo, cerrando la puerta detrás de sí—. Eso salió peor de lo que esperaba… y créeme, esperaba lo peor.

No respondí. Caminé hacia el ventanal. Treinta y siete pisos abajo, Nueva York seguía funcionando como si nada. Como si una mujer no acabara de poner mi mundo patas arriba con una sola visita.

—Vino decidida —continuó Jason—. Y no a negociar.

—Nunca negoció —respondí, seco—. Vino a marcar territorio.

Jason se apoyó en el escritorio, cruzándose de brazos. —Te dijo exactamente lo que te advertí que te diría.

—No —lo corregí—. Me dijo algo peor.

Giré apenas la cabeza. —Me recordó que puedo perderlo todo.

Jason chasqueó la lengua. —Eso fue un golpe bajo… pero efectivo.

Me giré del todo. —No me asusta perder dinero.

Jason me miró con una ceja levantada. —No. Te asusta descubrir quién eres sin él.

No contesté. Porque tenía razón.

—La jubilación de Gabriel fue un error —dijo Jason, más serio—. Legal, sí. Estratégico, tal vez. Pero emocionalmente… fue gasolina.

—Era necesario —respondí—. Ella tenía que entender—

—Noah —me interrumpió—. Ella ya entendió. Y no se quebró.

Silencio.

Mi mandíbula se tensó. —Entonces esto se va a poner feo.

Jason suspiró. —Ya lo está.

Antes de que pudiera responder, la puerta se abrió con urgencia.

Jaime entró casi corriendo. Traje arrugado. Tablet en mano. Cara pálida.

—Señor Ha… —dijo, sin aliento—. La presidenta solicita su presencia. Ahora.

El aire se volvió denso.

Jason cerró los ojos un segundo. —Ya se enteró —murmuró.

—¿De qué? —preguntó Jaime, nervioso, mirando de uno a otro.

Jason lo miró con lástima. —De todo.

Jaime tragó saliva. —No… no le gustará nada.

Mis dedos se cerraron lentamente. —¿Dónde está?

—En la sala privada del piso cuarenta —respondió—. Dijo que suba solo.

Jason soltó una risa sin humor. —Eso nunca es buena señal.

Me acomodé el saco con un gesto automático. Ensayado. El mismo que había usado toda la vida para fingir control.

—Lo arreglaré —dije—. Como siempre.

Jason me observó con atención. Demasiada. —Noah…

—He dicho que lo arreglaré.

Sonreí apenas. Una sonrisa firme. Segura.

Por fuera.

Por dentro, algo frío empezó a instalarse en el pecho.

Jason negó despacio. —Solo… no olvides una cosa.

Me detuve en la puerta. —¿Qué?

—Tu abuela no castiga por impulsos —dijo—. Castiga para enseñar.

Asentí una vez. —Lo sé.

Salí.

El ascensor se cerró frente a mí con un susurro elegante. Demasiado elegante para lo que venía.

Mientras subía, una sola idea me atravesó con fuerza:

Por primera vez…

no estaba seguro de poder ganar.

Y eso —eso sí— me aterraba.

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