Las lágrimas se deslizaron por el rostro de Patrícia. Con los ojos llenos de odio me miró y gritó:
—¡Todo es tu culpa, Alejandra, todo es tu culpa!
—Si no fueras tú, ¿cómo es que Jaime me hubiera rechazado? ¿Por qué me lo tienes que arrebatar? ¿Por qué?
Yo no pude evitar bufar de fastidio:
—Por favor, ¿quién crees que quiere quitarte nada?
—Ese tipo de basura solo alguien como tú lo querría. Te lo ruego: llévatelo de mi vida, desaparezcan los dos de una vez.
En ese instante apareció Jaime.
Al parecer también había escuchado los rumores y corrió hasta allí.
—¡Alejandra, Alejandra! —se lanzó hacia mí con desesperación—. Escúchame, déjame explicarte. ¡Ya no tengo nada que ver con esa mujer!
Patrícia, entre sollozos rabiosos, gritó:
—¡Jaime, cómo puedes hacerme esto! ¡Yo estoy esperando un hijo tuyo!
—Es tu sangre, ¿piensas abandonarlo?
Por un momento todos se quedaron petrificados. Yo solté una carcajada helada:
—¿No decías que entre ustedes nunca pasó nada? ¿Entonces de dónde salió esa c