Capítulo 4
De pronto todas las miradas se dirigieron hacia mí. Samuel apareció a mi lado, con su altura uno noventa imponiéndose sobre todos, irradiando una presión difícil de ignorar.

—¿Estás bien? —me cubrió entre sus brazos, su voz baja y tranquila—. ¿No te hizo nada?

—No —negué con la cabeza.

Él me protegió con firmeza detrás de su espalda y se giró hacia Jaime Esparza, hablándole con frialdad:

—Señor Esparza, qué vestido de novia lleve mi prometida es asunto nuestro. Usted es un extraño, no debería meterse tanto.

—¿Un extraño? —El rostro de Jaime se tornó oscuro de inmediato—. Alejandra, ¿qué quiere decir con eso?

Samuel alzó la mano y lo detuvo de frente.

Siempre había tenido un aire severo y un talento indiscutible; en la Ciudad Solara nadie se atrevía a faltarle al respeto.

Con esa actitud imponente, los presentes ni siquiera se atrevieron a respirar.

Pero Jaime era de los que nunca miden las consecuencias; siguió persiguiéndome, furioso:

—Alejandra, dímelo, ¿acaso estás actuando otra v
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