Sasha estaba sentada al borde de la cama, velando el sueño de Diego. Su respiración era más tranquila que en días anteriores, pero aún se notaba el leve jadeo doloroso que delataba la herida. Afuera, la noche comenzaba a caer. Se escuchaban los pasos silenciosos de Eugenia y Ashen por el pasillo, los susurros suaves de Alma y Aitana discutiendo algún texto antiguo.
Por un instante, todo pareció calmo. Sasha apoyó la cabeza en el colchón, muy cerca del brazo vendado de Diego, y cerró los ojos, solo para descansar un momento.
Pero apenas el sueño la rozó, se encontró en otro sitio.
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Estaba en un claro del bosque. Un claro iluminado por una luna imposible, enorme, que colgaba sobre los árboles como un ojo abierto. La niebla danzaba alrededor de su cintura, girando, subiendo, susurrando cosas que no lograba entender. Todo era frío, demasiado frío, pero sus pies descalzos caminaban sin resistencia.
Sasha avanzó unos pasos, con el corazón latiéndole como un tambor. Algo la llamaba, algo