La noche había caído sobre el refugio con un silencio extraño, como si incluso la oscuridad temiera respirar. Luego del emotivo reencuentro con Diego y la llegada del tercer guardián, Elías, todos se habían retirado a descansar. Había sido un día intenso, no solo por los peligros enfrentados, sino por las verdades reveladas. El sello aún resistía, pero los hilos que lo sostenían estaban tensos, a punto de romperse.
Diego se recostó junto a Sasha, con Lara y Emilia durmiendo entre ellos. Las niñas se habían quedado dormidas abrazándolo, como si su presencia fuera suficiente para mantener a raya los horrores del mundo. Sasha le acariciaba el cabello, en silencio, mirándolo con una mezcla de amor y preocupación.
—Prometiste volver —le susurró.
Diego asintió, con los ojos cerrados—. Siempre volveré con ustedes.
Pero el sueño, como un velo pesado, lo envolvió antes de que pudiera decir más.
...
En la oscuridad de su mente, el sueño comenzó.
Diego se vio caminando solo por un campo de ceniz