No le agradaba en absoluto que su pequeña hermana tuviera que casarse de esa manera con su mitad. Sin embargo, estaba decidido a preparar una boda en la que participarían todas las manadas del mundo. ¡Ella era una princesa, y su boda debía ser espectacular!—Jacking, ¿viste lo hermosa que estaba nuestra hermana Nert? —preguntó Mat, emocionado, refiriéndose a la loba de Merytnert. —Sí, Nert, es realmente majestuosa —respondió Jacking con una sonrisa. —Desde niña ya se podía ver que lo sería. —Solía morderme la cola para que no me fuera. Ja, ja, ja —añadió Mat, mientras los recuerdos de su hermana, en ambas formas, volvían a su mente como si hubieran ocurrido ayer—. Siempre quería dormir conmigo. —Me alegra que haya recuperado todas sus memorias —comentó Jacking,
Isis guardó silencio. No podía negar que esa parte de sí misma tenía razón. Estaba profundamente enamorada del humano llamado Jacking. Sin embargo, el problema era que él no estaba allí, y ese vacío la hacía sentirse aburrida, aislada. —¡Oye, no va a pasar nada por un beso! —intentó justificarse, como si la sola idea pudiese convertir aquello en algo inofensivo. —¿Estás segura? —respondió la voz en su mente, cargada de escepticismo. De repente, un aroma familiar inundó todo a su alrededor. Se detuvo en seco, olfateando con intensidad mientras avanzaba hacia donde provenía ese olor. Entonces lo recordó: ¡Era el olor de su papá y también del Alfa! Sin meditarlo mucho, ordenó con énfasis: —¡Cállate! Déjame ver qué quieren. &nbs
A Isis le pareció una idea maravillosa. Sus ojos se iluminaron con entusiasmo solo con el pensamiento. Corriendo en su interior, se dirigió rápidamente hacia esa parte de sus recuerdos, un sitio al que ya había acudido antes en otras ocasiones. Mientras se acercaba, la curiosidad la llevó a preguntar: —¿Estará el Alfa Supremo con tu lobo también? Jacking sonrió al imaginarla revoloteando entre sus memorias. Su voz, aunque algo cansada, sonó firme al responder: —Sí, mi Luna —dijo, dejándose caer nuevamente sobre la cama—. Ahora duerme tranquila. Te amo, mi Luna. —Yo también te amo, mi Alfa —susurró Isis. Su voz fue desvaneciéndose mientras su mente quedaba envuelta en los suaves recuerdos que buscó para consolarse. En pocos segundos, ya no le escuchó más; estaba sumida en el ab
Amet guardó silencio por un momento mientras alcanzaba un vaso de agua a su Alfa, quien seguía devorando una enorme cantidad de comida de la abundante mesa. Luego, tras tomar una bocanada de aire, se decidió finalmente a hablar: —Jacking, quiero hablarte de otra cosa... —comenzó, mientras el Alfa lo observaba con interés. Ante aquella mirada interrogante, Amet prosiguió—. Necesito tu consejo. Jacking dejó la comida de lado y le prestó toda su atención. Su Beta muy pocas veces le pedía consejos.—¿Dime, hermano? ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó de inmediato.—Es sobre mi mitad —aclaró enseguida Amet al notar que Jacking pensaba que se refería a algún problema de la manada. —¿Qué pasa con ella? —se interesó Jacking, intrigado. Era
Horacio no podía entender por qué su mitad se negaba a aceptar el vínculo que los unía y su rol como pareja de un lobo. Tanto él como su lobo, Hor, estaban al límite de su paciencia. Estaban cansados de tratarla como si fuera una simple humana. La situación comenzaba a convertirse en algo intolerable; la necesidad de hacerle comprender la verdadera naturaleza de su relación se hacía cada vez más urgente. Hor, aunque intentaba respetar la petición de la loba de Julieta para que tuvieran paciencia con su parte humana, empezaba a sentir que aquello cruzaba la línea del respeto. La idea de someterla comenzaba a rondar en la mente de ambos. —¡Somos uno! —gritó Horacio, perdiendo el control mientras su voz resonaba con la fuerza de su frustración—. ¡Julieta, me estás molestando seriamente! ¡No puedo entenderte! ¡Juro que lo intento!
Julieta se había quedado congelada en el mismo lugar donde Horacio la había dejado al desvanecerse en la nada. Su corazón latía acelerado y un miedo visceral la atenazaba sin que pudiera impedirlo. Su loba, Salet, tomó el control y la obligó a sentarse cerca de la chimenea.—¿Por qué no acabas de contarle la verdad a nuestra mitad, Julieta? —preguntó la loba Salet a su humana.—¡No puedo, Salet, no puedo! —respondió Julieta mientras se mordía las uñas, como hacía siempre que estaba nerviosa.—¿Por qué? —gruñó su loba—. ¡Estoy segura de que él lo va a entender y nos va a ayudar!—¡No! Y no se te ocurra decírselo a Hor. —Julieta amenazó mirando hacia la puerta, esperando el regreso de Horacio, pero todo seguía en silencio.—¡Nunca te
Horacio corría convertido en lobo, rodeando el perímetro de la manada con una sensación apremiante que no lo dejaba en paz. Una angustia indescriptible se apoderaba de él, un presentimiento oscuro que lo conectaba directamente con Julieta. Algo malo le estaba ocurriendo a su mitad. Lo peor de todo era que ella no confiaba en él, y esa distancia lo estaba destruyendo por dentro.Sus patas golpeaban el suelo con fuerza mientras avanzaba a toda velocidad hacia las zonas más alejadas del territorio. Y justo cuando alcanzó una de esas áreas apartadas, sus instintos lo frenaron en seco. Algo en el aire había cambiado, un hedor nauseabundo invadía sus sentidos.—¿Estás sintiendo ese olor, Horacio? —le preguntó su lobo, Hor, en un tono claro de alarma.—Sí, Hor, son vampiros —respondió Horacio con rapidez, compartiendo la misma inq
No había nada como un buen descanso acompañado de una deliciosa comida para recuperar las energías. Ese día, la nana se había superado a sí misma. Sus manos llenas de experiencia habían preparado un banquete que no solo complació el paladar, sino también el espíritu, transportándolo de inmediato a los fastuosos banquetes del palacio de su infancia. Mientras saboreaba cada bocado, una cálida sensación de nostalgia lo envolvía, recordándole esos días más simples y llenos de risas. Sin embargo, no podía demorar más. Había llegado el momento de prepararse para ver a su Luna. Se sentía renovado, vitalizado, y con determinación se dijo que esta vez pasaría más tiempo con ella. El consejo de Amet aún resonaba en su mente. A pesar de lo arriesgado que parecía, estaba convencido de que esa