Isis lo miró con desconcierto. Su instinto le advertía de que el Alfa deseaba convencerla de algo serio. Pero ella estaba convencida de que era la parte humana y Ast, era la loba, no ella.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, frunciendo el ceño con evidente confusión.—Mi Luna, debes aceptar que tu loba, Ast, es parte de ti, y tú eres parte de ella. Son una sola. Hasta que no lo hagas sinceramente… —se detuvo un momento, mirando el impacto de sus palabras en ella, antes de continuar— …no podrán unirse. Ast está sola, y es solo una cachorra. Necesita que tú la ayudes a darse cuenta de que ha crecido.Isis sintió que la frustración se apoderaba de ella. Y dale con que soy una loba, pensó furiosa. ¿Es que acaso no le gustan las humanas?—¡Somos dos! ¡Ella es la loba y yo la humana! —contradijoEl Alfa Supremo sonrió de forma amplia al escuchar esas palabras, su victoria era evidente. Ella aunque confundida lo reclamaba como suyo. Sonrió complacido y se atrevió a preguntar:—¿Entonces, serás mi novia? —preguntó, con una mezcla de ilusión y triunfo.Isis, aturdida por la pregunta y por lo que sus propias palabras habían provocado, guardó silencio. No había planeado llegar a ese punto. Lo suyo con el Alfa Supremo había comenzado como un juego, un coqueteo inocente. No obstante, ahora se encontraba atrapada en algo más grande de lo que imaginaba. Mirando esos enormes ojos llenos de expectativa, no sabía qué hacer ni qué decir. Me he metido en un lío tremendo, pensó mientras su consciencia la reprendía con dureza: ¡Acláralo rápido!—¡No puedo ser tu novia! Me gusta el humano Jacking,
Isis se inclinó, cerrando los ojos mientras se sumergía en el aroma que él desprendía. Su mente comenzó a jugar con las sensaciones que la envolvían. ¡Oh, esto es una maravilla! ¡Qué delicia! pensaba, emocionada por cada nueva impresión que detectaba en su fragancia. —Hueles a jengibre… —dijo, abriendo ligeramente los ojos como si buscara confirmar lo que sentía— …a cuero, a madera... pero no cualquier madera. Espérate… Sí, ya sé, es sándalo. Y, por último… —hizo una pausa, disfrutando del momento como si quisiera prolongar la experiencia—. El olor que más me gusta es el de la flor Lyallii, esa que vi el otro día en la feria de las flores. El Alfa sonrió, complacido con su respuesta. Le agradaba que su Luna pudiera percibirlo en su totalidad, incluso en su forma
No le agradaba en absoluto que su pequeña hermana tuviera que casarse de esa manera con su mitad. Sin embargo, estaba decidido a preparar una boda en la que participarían todas las manadas del mundo. ¡Ella era una princesa, y su boda debía ser espectacular!—Jacking, ¿viste lo hermosa que estaba nuestra hermana Nert? —preguntó Mat, emocionado, refiriéndose a la loba de Merytnert. —Sí, Nert, es realmente majestuosa —respondió Jacking con una sonrisa. —Desde niña ya se podía ver que lo sería. —Solía morderme la cola para que no me fuera. Ja, ja, ja —añadió Mat, mientras los recuerdos de su hermana, en ambas formas, volvían a su mente como si hubieran ocurrido ayer—. Siempre quería dormir conmigo. —Me alegra que haya recuperado todas sus memorias —comentó Jacking,
Isis guardó silencio. No podía negar que esa parte de sí misma tenía razón. Estaba profundamente enamorada del humano llamado Jacking. Sin embargo, el problema era que él no estaba allí, y ese vacío la hacía sentirse aburrida, aislada. —¡Oye, no va a pasar nada por un beso! —intentó justificarse, como si la sola idea pudiese convertir aquello en algo inofensivo. —¿Estás segura? —respondió la voz en su mente, cargada de escepticismo. De repente, un aroma familiar inundó todo a su alrededor. Se detuvo en seco, olfateando con intensidad mientras avanzaba hacia donde provenía ese olor. Entonces lo recordó: ¡Era el olor de su papá y también del Alfa! Sin meditarlo mucho, ordenó con énfasis: —¡Cállate! Déjame ver qué quieren. &nbs
A Isis le pareció una idea maravillosa. Sus ojos se iluminaron con entusiasmo solo con el pensamiento. Corriendo en su interior, se dirigió rápidamente hacia esa parte de sus recuerdos, un sitio al que ya había acudido antes en otras ocasiones. Mientras se acercaba, la curiosidad la llevó a preguntar: —¿Estará el Alfa Supremo con tu lobo también? Jacking sonrió al imaginarla revoloteando entre sus memorias. Su voz, aunque algo cansada, sonó firme al responder: —Sí, mi Luna —dijo, dejándose caer nuevamente sobre la cama—. Ahora duerme tranquila. Te amo, mi Luna. —Yo también te amo, mi Alfa —susurró Isis. Su voz fue desvaneciéndose mientras su mente quedaba envuelta en los suaves recuerdos que buscó para consolarse. En pocos segundos, ya no le escuchó más; estaba sumida en el ab
Amet guardó silencio por un momento mientras alcanzaba un vaso de agua a su Alfa, quien seguía devorando una enorme cantidad de comida de la abundante mesa. Luego, tras tomar una bocanada de aire, se decidió finalmente a hablar: —Jacking, quiero hablarte de otra cosa... —comenzó, mientras el Alfa lo observaba con interés. Ante aquella mirada interrogante, Amet prosiguió—. Necesito tu consejo. Jacking dejó la comida de lado y le prestó toda su atención. Su Beta muy pocas veces le pedía consejos.—¿Dime, hermano? ¿En qué puedo ayudarte? —preguntó de inmediato.—Es sobre mi mitad —aclaró enseguida Amet al notar que Jacking pensaba que se refería a algún problema de la manada. —¿Qué pasa con ella? —se interesó Jacking, intrigado. Era
Horacio no podía entender por qué su mitad se negaba a aceptar el vínculo que los unía y su rol como pareja de un lobo. Tanto él como su lobo, Hor, estaban al límite de su paciencia. Estaban cansados de tratarla como si fuera una simple humana. La situación comenzaba a convertirse en algo intolerable; la necesidad de hacerle comprender la verdadera naturaleza de su relación se hacía cada vez más urgente. Hor, aunque intentaba respetar la petición de la loba de Julieta para que tuvieran paciencia con su parte humana, empezaba a sentir que aquello cruzaba la línea del respeto. La idea de someterla comenzaba a rondar en la mente de ambos. —¡Somos uno! —gritó Horacio, perdiendo el control mientras su voz resonaba con la fuerza de su frustración—. ¡Julieta, me estás molestando seriamente! ¡No puedo entenderte! ¡Juro que lo intento!
Julieta se había quedado congelada en el mismo lugar donde Horacio la había dejado al desvanecerse en la nada. Su corazón latía acelerado y un miedo visceral la atenazaba sin que pudiera impedirlo. Su loba, Salet, tomó el control y la obligó a sentarse cerca de la chimenea.—¿Por qué no acabas de contarle la verdad a nuestra mitad, Julieta? —preguntó la loba Salet a su humana.—¡No puedo, Salet, no puedo! —respondió Julieta mientras se mordía las uñas, como hacía siempre que estaba nerviosa.—¿Por qué? —gruñó su loba—. ¡Estoy segura de que él lo va a entender y nos va a ayudar!—¡No! Y no se te ocurra decírselo a Hor. —Julieta amenazó mirando hacia la puerta, esperando el regreso de Horacio, pero todo seguía en silencio.—¡Nunca te