5. HISTORIA DE JULIETA

 El aire denso y húmedo de la favela se filtraba por las ventanas rotas de aquella precaria vivienda. Yo, con el cabello negro empapado en sangre, me arrastraba por el suelo de cemento agrietado, dejando tras de mí un rastro carmesí. Mis ojos, que normalmente brillaban con un tono ámbar sobrenatural, estaban nublados por el dolor y las lágrimas. Álvaro permanecía de pie. En su mano derecha sostenía un pomo de veneno, mientras que con la izquierda tenía un bulto.  

— ¡Álvaro, deja que me lleve a la niña, por favor! —suplicaba, intentando contener la hemorragia con una mano temblorosa.  

— ¡No te la vas a llevar! —rugió él, con rabia y terror—. ¡Quiero que te largues, eres un monstruo! ¡Me engañaste todos estos años!  

Intenté incorporarme, pero mis piernas cedieron. El olor a sangre impregnaba la habitación, haciendo que mis sentidos lupinos se agudizaran dolorosamente.  

— ¡Amor, eres mi mitad! —gemí, mientras mis uñas comenzaban a alargarse involuntariamente contra el piso—. ¡Te amo, más que a nadie en este mundo! ¡Por favor, no seas así!  

— ¡Me engañaste! —la voz de Álvaro se quebró, revelando el profundo dolor tras su ira—. ¡Hiciste que me enamorara de ti, sin decirme lo que eres! ¡Un monstruo! ¡Lárgate, o avisaré a los cazadores!  

Los últimos rayos del sol se reflejaban en las lágrimas que corrían por mis mejillas, mientras el sonido lejano de los niños jugando en la favela creaba un contraste brutal con la escena de horror que se desarrollaba en aquella pequeña casa.  

— La niña, ella es igual que yo, amor —dije con la poca fuerza que me quedaba, tratando de que me entregara a mi cachorrita—. Deja que me la lleve, por favor. Ella no puede vivir entre los humanos.  

— ¡No te llevarás a mi hija a ningún lugar! Ella vivirá como una humana; jamás le diré que es un monstruo como tú —gritó Álvaro sin saber lo que decía. Era claro para mí que no sabía nada de los licántropos.  

— ¿Dónde está? ¿Dónde la escondiste? —pregunté desesperada, viendo cómo retrocedía—. ¡Es mi hija! ¡Dámela!  

 Álvaro se llevó las manos a la cabeza, lleno de furia y miedo. Podía olerlo, ese terror tan humano que lo paralizaba y lo volvía más irracional con cada palabra que pronunciaba. Daba pasos torpes hacia atrás, intentando mantener distancia de mí. No le haría daño, pero estaba débil por el parto y el veneno que me había hecho beber.  

— ¡Ya basta, Vera! ¡No te acerques! —exclamó, casi gritando. — ¡No te diré! ¡Lárgate, es mi última advertencia! —gritó, detenido en la puerta—. ¡Voy a salir! Cuando regrese, que no te vea aquí, o juro que te mataré con mis propias manos.  

 Lo veo largarse dando un portazo. Me muevo con dificultad. Estoy demasiado débil por el veneno letal que me hizo ingerir. Hago el intento de ponerme de pie, pero caigo otra vez al piso.  

— Mi niña, mi bebé. ¿Dónde estará? —murmuro entre sollozos.  

El ruido de la puerta al abrirse hace que dirija mi mirada hacia allá. Un hombre hermoso está parado en ella. Al verme, corre a mi lado.  

— ¡Vera, hermana! ¿Qué te pasó? ¡Discúlpame que llegara tan tarde! —dice, mientras me levanta del piso hasta sentarme en una silla.  

— Fabio, hermano, gracias por venir —digo, respirando aliviada con mis últimas fuerzas—. Tenemos que irnos ya. Tienes que cargarme, no me quedan fuerzas.  

— ¿Qué pasó? ¿Por qué estás así? ¿Qué tienes? ¿Y el bebé? —me llena de preguntas Fabio, mirando alrededor.  

Sé que no podemos demorarnos; las amenazas de Álvaro eran serias. En esta área hay muchos cazadores de lobos que estarían felices de atraparnos a los dos. Sus ojos, tan parecidos a los míos, brillan bajo la tenue luz del atardecer que se filtra por las ventanas. Es evidente que está desesperado, pero no permite que el pánico lo domine.  

— Vera —dice, apretando suavemente mis manos—, dime ahora, ¿qué hizo Álvaro? ¿Dónde está el bebé?  

Mis labios tiemblan mientras trato de hablar. La debilidad me consume y siento mi voz quebrarse en cada palabra. Casi no puedo mantenerme despierta.  

— Fabio, él la escondió… —me detengo, una punzada atraviesa mi pecho—. La escondió porque sabe que es como nosotros. No quiere aceptarlo. Me dio veneno, intentó matarme… Hermano, no tenemos tiempo que perder. En el camino, te lo cuento todo. Vámonos ahora, por favor.  

Fabio reprime un gruñido. Su mandíbula se tensa y sus ojos destellan con ira. Aunque siempre ha sido el más sereno de la familia, ahora puedo ver al lobo en él, acechando bajo la superficie y listo para salir.  

— No debí esperar tanto —dice, mientras se incorpora y comienza a revisar la casa rápidamente—. Voy a buscarla, Vera. No importa dónde la haya escondido, voy a encontrarla. Pero primero tengo que sacarte de aquí.  

— Fabio, escucha —le digo, esforzándome por mantenerme despierta—. Álvaro dijo que regresaría. Si nos encuentra aún aquí, él hará algo, estoy segura. Hay muchos rogues en esta favela. Además, tienes que llevarme con la bruja de la manada, estoy muy mal.  

Fabio asiente y se acerca de nuevo a mí, inclinándose para tomarme en brazos. Aunque sé que soy una carga, su fuerza sobrenatural apenas parece notar mi peso. Me levanta con facilidad, protegiéndome como si fuera una niña herida.  

— No te preocupes, hermana —dice con calma—. No voy a permitir que te haga más daño. Ven, tengo el auto allá afuera. ¿Quieres que recoja algo?  

— Solo aquel maletín, con las cosas del bebé. —Y le señalo el bolso, tirado en una esquina.  

FABIO:

Recojo el bolso y corro a tomar a mi hermana Vera, justo a tiempo para que no caiga al piso al perder el conocimiento. Salgo con ella, y me marcho directo a mi manada. Al llegar, la llevo a la bruja, que la revisa. Sale con el rostro muy preocupado.  

— Fabio, a tu hermana la envenenaron. No fue tan grave; si no hubiera sido por el hecho de que acaba de tener su cachorro —me explica con el ceño fruncido—. Hice todo lo que pude, ahora solo nos queda esperar.  

— Gracias, Graciela —digo pensativo, sintiendo la culpa por no haber llegado anoche como ella me pidió.  

— No tienes que dármela —contesta la bruja—. ¿Y el cachorro, dónde está?  

— No lo sé. Vera me llamó anoche, que fuera urgente, que estaba de parto, pero solo hoy pude llegar y la encontré en ese estado —explico, queriendo salir urgente—. No me dijo dónde estaba el bebé, ni lo que había pasado. Ni siquiera sabía que estaba viviendo en la ciudad. Creo que el humano se lo llevó.  

— Ella se fue hace unos meses, diciendo que iba a trabajar en la ciudad. Nadie sabía adónde —me informa la bruja entrecerrando los ojos—. No volvió a tener contacto con nadie. Haré todo lo que esté a mi alcance para salvarla. Tú deberías encontrar a un rastreador a ver si dan con el cachorro. Acuérdate de que su poder es muy codiciado por los vampiros.  

— Sí, lo haré —digo, aseguro—. La dejo en tus manos, Graciela. Muchas gracias por todo.  

 Regreso al cuartucho donde recogí a mi hermana, solo para encontrar que todo ha sido devorado por las llamas. Miro con desaliento a todos. Tratan de averiguar si mi hermana tenía relación con alguien, pero nadie sabe decirme nada. Regreso triste a la manada. Mi hermana sigue igual y el cachorro…, está perdido.

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