4. INICIANDO TODO

Me quedo mirando a Úrsula, lleno de desconfianza. Mis manos están a punto de convertirse en garras, y mi lobo Mat gruñe bajo, enviando vibraciones por todo mi cuerpo. Úrsula, aún ajena a lo que ocurrirá en su futuro, sonríe dulcemente, la ligera inclinación de su cabeza reflejando el respeto que siente hacia mí, o al menos lo que aparenta. Pero no puedo ignorar lo que ya sé, lo que está grabado en mi mente como una sentencia.  

—Buenos días, Úrsula. ¡No vuelvas a saludarme así! ¿Qué haces aquí tan temprano? —pregunté, sin poder esconder mi furia, tratando de eliminar cualquier rastro de calidez.  

—Jacking, la próxima luna será la transformación de mi hija. Todo parece indicar que ella será tu luna —dice sonriente su padre, uno de los antiguos mayores de la manada.  

—¡No! ¡Yo ya tengo a mi luna! —le grité molesto, con voz de Alfa, sin poder controlarme.  

—¿Tienes a tu luna? —pregunta asombrado el antiguo Mayor.  

—¡Sí! ¡Iré por ella ahora! —le contesté, alejándome molesto junto a los demás, que también me miran con rostros sombríos.  

 Mis pasos son firmes, casi rígidos, mientras siento que Mat se revuelca dentro de mí, furioso y a punto de quitarme el control. Mi Beta Amet camina a mi lado con expresión seria; puedo percibir la calma calculadora que siempre lo envuelve. Puedo ver cómo interceptan a Teka-her y escucho lo que hablan.  

—Teka, ¿quién es la Luna del Alfa? —pregunta el antiguo.  

—No lo sé, me acabo de enterar con ustedes —contestó ella con sarcasmo—. No tengo ni la menor idea.  

Y desaparece sonriente, dejándolos con una expresión de sorpresa. Nunca estos dos nos cayeron bien, pero su aparición me ha hecho darme cuenta de que, al parecer, como supuso Teka, no recuerdan nada de la vida en el futuro. Aunque nosotros hemos regresado vivos.  

Me comunico con ella por el link mientras sigo avanzando rumbo a las cuevas milagrosas.  

—¿Existirá la diosa desterrada, la bruja Isfet, aquí en este pasado? —la escucho preguntarse en la mente. Y a continuación, la escucho de nuevo—. Si es así, debe estar muy débil; no dejaré que se repita la historia. Con el gran poder que poseo ahora como la Gran Bruja Suprema, acabaré con todos nosotros antes de que se les ocurra atacar.  

—Haremos eso, Teka —le digo en la mente—. Concéntrate en lo tuyo, que nosotros haremos lo nuestro.  

Sonrío mientras escucho al Alfa Supremo, y estoy de acuerdo con él. Llego a mi casa y encuentro a Aha, feliz, jugando con la pequeña Neiti.  

—Hola, chicos. ¿Quién tiene hambre? —pregunto, moviendo mis manos para hacer aparecer toda la comida que le gusta a mi hija.  

—¡Mamá, qué rico! —grita ella, corriendo hacia la mesa—. ¡Te amo, mamá!  

Arropo a Neiti con una sonrisa cálida mientras la veo devorar su comida con alegría. El rostro de mi pequeña brilla como la luna creciente, llena de inocencia. Aha, siempre tan sereno, baja la mirada hacia ella con orgullo, como un hermano mayor que vigila y protege incluso sin palabras. Me siento en la mesa frente a ellos, dejando que las emociones que me embargan se diluyan lentamente en el ambiente familiar. Mi esposa Aha se acerca a mí y me abraza.  

—Esta vez lo haremos bien, querida —susurra en mi oído, esperanzada—. No perderemos a nuestra niña.  

Mi sonrisa vacila un poco mientras pienso en lo que esto significa. La vida de mi Neiti depende de nosotros ahora. Le sonrío a mi esposa y le pregunto:  

—¿Crees que podamos?  

—Sí, conocemos todos los errores que cometimos —asegura con optimismo, como siempre, mi esposa Aha—. Además, su verdadero mate estará aquí. No tendrá tiempo de enamorarse de nadie más.  

Aha, que siempre parece estar atenta a mis reacciones, me interrumpe antes de que el peso de la inquietud comience a hacerse notar.  

—Teka, no tienes por qué preocuparte. Neiti está segura. No hay peligro en estas tierras, y lo sabes —dice con una sonrisa.  

Levanto la mirada hacia ella, agradeciendo en silencio su intervención. Aunque Aha no es de muchas palabras, siempre sabe cuándo hablar.  

—Ojalá, querida, tengas razón —respondo con una voz tranquila, más para convencerme a mí misma—. ¿Sabes de qué me di cuenta?  

Estoy a punto de decirlo cuando Neiti se acerca corriendo, con sus pequeñas manos extendidas hacia mí, buscando un abrazo. Me inclino y la envuelvo en mis brazos, sintiendo cómo su energía pura y luminosa alivia las tensiones de mi pecho. Una vez más, me prometo protegerla a toda costa.  

Desde la mesa, las luces titilan con suavidad, reflejando la calma de nuestra pequeña burbuja familiar, pero algo dentro de mí me dice que este equilibrio es demasiado frágil. Aunque intento disfrutar de este momento, en el fondo sé que lo que nos espera fuera de estas puertas puede cambiarlo todo.  

—Nosotros, los que estábamos junto al Alfa cuando sucedió todo, somos los únicos que nos acordamos de todo; los demás no —le digo, sin dejar de acariciar a mi linda niña que sigue enumerando todo lo que quiere que le haga de comer.  

—Eso es muy bueno —dice Aha, y asiento—. Así el Alfa no tendrá que rendir cuentas al consejo de antiguos por lo sucedido.  

—¡Mamá, papá! ¿No van a comer conmigo? ¡Está muy rico todo, mamá! —nos llama Neiti desde la cocina. Suspiro, deseando que todo salga bien. ¿Lo lograremos? ¿Qué sucederá si no es así?

 El aire denso y húmedo de la favela se filtraba por las ventanas rotas de aquella precaria vivienda. Yo, con el cabello negro empapado en sangre, me arrastraba por el suelo de cemento agrietado, dejando tras de mí un rastro carmesí. Mis ojos, que normalmente brillaban con un tono ámbar sobrenatural, estaban nublados por el dolor y las lágrimas. Álvaro permanecía de pie. En su mano derecha sostenía un pomo de veneno, mientras que con la izquierda tenía un bulto.  

— ¡Álvaro, deja que me lleve a la niña, por favor! —suplicaba, intentando contener la hemorragia con una mano temblorosa.  

— ¡No te la vas a llevar! —rugió él, con rabia y terror—. ¡Quiero que te largues, eres un monstruo! ¡Me engañaste todos estos años!  

Intenté incorporarme, pero mis piernas cedieron. El olor a sangre impregnaba la habitación, haciendo que mis sentidos lupinos se agudizaran dolorosamente.  

— ¡Amor, eres mi mitad! —gemí, mientras mis uñas comenzaban a alargarse involuntariamente contra el piso—. ¡Te amo, más que a nadie en este mundo! ¡Por favor, no seas así!  

— ¡Me engañaste! —la voz de Álvaro se quebró, revelando el profundo dolor tras su ira—. ¡Hiciste que me enamorara de ti, sin decirme lo que eres! ¡Un monstruo! ¡Lárgate, o avisaré a los cazadores!  

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