Alejandro
Aparqué rápido al ver su coche en la plaza del edificio.
Isabela ya había llegado.
Las últimas semanas fueron un infierno autoimpuesto. Canalice mis ganas de ella, en la cacería. Los informes de mi detective personal y mis propios contactos se acumularon rápidamente, revelando una podredumbre que superó mis peores prejuicios. Me sentía impulsivo, imprudente, todo mi instinto gritaba, no podía esperar.
Tomé el sobre de manila que llevaba conmigo.
Subí el ascensor. El trayecto al piso décimo resultó ridículamente largo.
Antes de ingresar el código en la puerta del apartamento, procuré centrarme.
Nada más entrar e Isabela se incorporó del sofá. Sonreí como un tonto, apenas nuestros ojos se encontraron. Para mi sorpresa, esta vez fue ella quien rompió la distancia. Caminó hacia mí abrazándome.
—Te extrañé, Alejandro —murmuró contra mi pecho.
Su perfume embriagó mis sentidos. La abracé de vuelta, besando su cabello. Me distraje un segundo, deseando tirarla al sofá y besarla