Capítulo 12

Parece que, en medio de la euforia por haberla tenido por fin entre mis brazos, olvidé el detalle: ella todavía tenía cabos sueltos que atar.

¿Qué puedo decir? Mi rostro debió de ser un mapa de emociones conflictivas: confusión, alarma y, de fondo, rabia. Permanecí estático, como un imbécil, asimilando que ella debía volver a verlo.

Isabela, al ver la falta de reacción de mi parte, se dirigió a la cómoda del pasillo, abrió la gaveta y sacó de allí una carpeta de manila. Regresó a mi lado en la barra de la cocina. 

—Mira, el viernes el abogado me trajo el acuerdo —explicó tranquilamente, buscando mis ojos—. Le di toda la información hace un par de semanas.

Analicé el papel sobre el cuarzo.

— Ocupo que Nicolás firme. De ese modo entregar&eacut

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