Capítulo Dos

—¿Hay alguien aquí? La habitación estaba oscura y vacía, o eso creyó. Escuchó pasos acercándose, mientras se aferraba a los barrotes de la pequeña prisión en la que se encontraba.

—¿¡Qué carajo!? ¿Quién eres y por qué me pusiste en esta jaula? ¡Déjame salir ahora mismo! —Su corazón se aceleró mientras intentaba comprender la situación. La oscuridad hacía difícil ver algo con claridad, pero podía sentir las frías barras de metal clavándose en su piel. Sus manos temblaban mientras luchaba contra los confines de la jaula, tratando de encontrar cualquier punto débil por donde pudiera escapar.

—¡Respóndeme! —gritó, con la voz temblando de miedo e ira—. ¿Qué deseas de mí?

—¿Qué busco de ti? —se acercó a la jaula. Su aliento rozó el rostro de Nicole—. Nada, pequeña, pero sí de los malditos padres que te dieron la vida. —Luego se hizo el silencio.

-¿Mis padres? ¿Qué tiene eso que ver con que esté encerrada en esta jaula? ¡Déjame ir ahora mismo! ¡Mis amigos vendrán a buscarme muy pronto y luego te arrepentirás! —ontinuó luchando contra la jaula, esperando a que alguien escuchara sus gritos y viniera a rescatarla. Pero en el fondo sabía que tal vez la ayuda no llegaría. El miedo comenzó a consumirla al darse cuenta de lo vulnerable que era en realidad—. Por favor —suplicó, mientras las lágrimas corrían por su rostro—. Déjame ir a casa.

—Lo haré, ten la seguridad —susurró—, siempre que ellos firmen el acuerdo que les he ofrecido.

—¿Qué clase de juego enfermizo estás jugando? Si lastimas a mi familia por algún estúpido contrato, ¡te juro que nunca te perdonaré! —A pesar de sus palabras, Nicole no pudo evitar preguntarse qué tipo de trato podrían aceptar sus padres en tales circunstancias. El pánico subió a su pecho mientras imaginaba los peores escenarios. ¿Quizás ya estaban en peligro? ¿O tal vez tenían demasiado miedo para enfrentarse a esta misteriosa figura que la mantenía cautiva?—. Será mejor que me dejes ir ahora mismo —advirtió, temiendo por su propia vida. Insegura de qué podía hacer para detenerlo. Atrapada en la jaula, se sentía impotente y sola.

De pronto una descarga eléctrica en su espalda a causa de la picana sacudió su debilitado cuerpo.

—¿Oh, qué más? ¿Qué vas a hacer mocosa? ¿No sabes distinguir que aquí soy yo quien manda?

Una oleada de adrenalina la invadió y se lanzó hacia adelante, empujando la jaula con todas sus fuerzas. Mientras lo hacía, logró deslizar su mano a través de un pequeño espacio en los barrotes, alcanzando cualquier cosa que pudiera usar. Sus dedos se cerraron alrededor de un objeto punzante y lo sostuvo con fuerza, dispuesta a defenderse.

—¡Esto aún no termina! ¡Déjame ir ahora mismo o te juro que haré que te arrepientas de haberte metido conmigo! —creyó alimentarse de sus acciones y se preparó para atacar. No estaba dispuesta a que este monstruo la siguiera intimidando. Sin medir las consecuencias, pensó que había encontrado una salida a esta situación de pesadilla.

Ricardo sacó un revólver, lo cargó y apuntó a la cabeza de Nicole.

—¿Qué vas a hacer, estúpida? ¿Quieres una bala en tu cerebro?

Sus ojos se abrieron con terror al ver el arma apuntando a su cabeza. Por una fracción de segundo, pareció ceder a sus demandas, pero algo dentro de ella se negó a rendirse sin luchar. Con todas sus fuerzas blandió el objeto punzante que había encontrado, intentando golpear a Ricardo y alejar el arma de ella.

—¡Aléjate de mí, psicópata! —gritó, su voz llena de miedo y desafío—. ¡Mis padres no estarán de acuerdo con cualquier plan retorcido que tengas! ¡Encontrarán otra manera de salvarme!

Aunque sabía que las probabilidades estaban en su contra, se negó a perder la esperanza.

Ricardo le quitó el cuchillo con natural facilidad. Aplicó tres descargas eléctricas más en la espalda de Nicole. No me hagas enojar o no habrá trato y nunca volverás a casa. ¿No sabes quién soy? Gritando de dolor por las descargas eléctricas, Nicole cayó al suelo, retorciéndose de agonía. Con ojos llorosos, miró a Ricardo Salazar, todavía luchando por comprender la gravedad de la situación. A pesar de sus heridas, ella se negó a ceder a sus amenazas. —No… por favor… te lo ruego… permite que me vaya —suplicó, con la voz temblando por el miedo y la desesperación— Prometo no contarle a nadie sobre esto. Solo déjame vivir mi vida y olvidar que te conocí. Por mucho que quisiera odiarlo, una parte de ella no podía evitar sentir simpatía por el hombre que parecía consumido por cualquier retorcida vendetta que tuviera contra sus padres. Pero, en última instancia, su propia supervivencia y seguridad eran lo primero. Y haría todo lo que estuviera en su poder para asegurarse de salir con vida. Ricardo sintió un poco de compasión por la niña, se agachó y extendió la mano para acariciar su delicado rostro. Él le secó las lágrimas y le dijo: —Solo no me obligues a matarte. Tus padres le deben a una amiga mucho más que dinero y tienen que pagarle. ¿Tú entiendes? —Alejó su mano de ella. Se levantó y avanzó en la oscuridad hacia una puerta— ¿Comprendes? —preguntó de nuevo. 

Temblando por el contacto de su mano, Nicole asintió, con los ojos muy abiertos por el miedo y la comprensión. No le gustaba el hecho de que él tuviera algún tipo de control sobre sus padres, pero también sabía que resistirse más a él le causaría más daño. —Sí —susurró, su voz apenas audible— Lo entiendo. Mientras él se alejaba, dejándola sola en la oscuridad una vez más, Nicole no pudo evitar preguntarse qué terrible secreto ocultaban sus padres. Y prometió descubrirlo.

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