—Van a liberarte, Darina. Ya tengo la prueba de tu inocencia. Juro que… juro que ahora viviré solo para compensarte todo el daño que te hice… mi amor.
La voz de Hermes tembló en el aire como una cuerda a punto de romperse.
Frente a él, tras los barrotes que durante años la separaron del mundo, Darina lo miró. Al principio no dijo nada.
Solo sus ojos se abrieron lentamente, sorprendidos… incrédulos. Una lágrima resbaló por su mejilla, dejando un rastro pálido en su piel desgastada.
Hermes contuvo el aliento. Por un instante, creyó ver esperanza en su rostro… pero entonces, la línea de sus labios se curvó.
Primero una sonrisa tenue, casi nostálgica. Luego una carcajada, seca, amarga, hiriente.
—¿Ahora sí crees en mi inocencia, Hermes? —preguntó, su voz suave como una caricia... pero cargada de veneno.
Hermes sintió un puñetazo invisible en el estómago.
El remordimiento lo aplastó. ¿Cuántas veces Darina no le había rogado, llorado, suplicado? ¿Cuántas veces no se arrodilló, aferrándose a