Azucena sostuvo el sobre entre sus manos temblorosas.
Sabía que aquel instante no tendría vuelta atrás. El silencio era casi sepulcral cuando extendió el documento hacia Alfonso.
—Tienes que ver esto —dijo con voz apagada.
Alfonso tomó la prueba sin sospechar. Rompió el sobre con cierta indiferencia… pero esa expresión le duró apenas unos segundos.
Sus ojos se abrieron con un espasmo de horror al leer el encabezado.
La sangre pareció salírsele del cuerpo. La hoja le temblaba entre los dedos.
Leyó… volvió a leer… y entonces alzó la mirada, con una frialdad que congeló la habitación.
—Salgan de aquí —ordenó con voz firme, contenida por la furia.
Azucena frunció el ceño.
Edilene frunció los labios, confundida, dio un paso hacia él.
—Alfonso, ¿por qué…? —intentó hablar, pero él la interrumpió.
—¡He dicho que se larguen! —gritó, con los ojos inyectados de rabia.
Ambas mujeres se quedaron inmóviles por un instante. Era como ver a un volcán a punto de estallar. Finalmente, salieron sin decir