Alfonso sujetó a Anahí con fuerza, apartándola de su madre como si intentara detener un huracán desatado.
—¡Anahí, por favor, detente! —suplicó, con la voz cargada de incredulidad y miedo—. ¿Acaso te volviste loca?
Ella lo miró con los ojos enrojecidos por la ira y las lágrimas contenidas, el rostro descompuesto por una mezcla de dolor, furia y traición.
—¿¡Loca?! —gritó, sacudiéndose para liberarse de su agarre—. ¡¿Eso crees que soy?! ¡Están planeando usar a mi hijo como si fuera un repuesto! ¡Quieren que le saque el hígado para dárselo al tuyo! ¡¿Qué clase de monstruos son?!
El rostro de Alfonso palideció. Dio un paso atrás, desconcertado.
—¿Qué estás diciendo? ¡Eso no pasará! ¡Jamás permitiría algo así!
Pero antes de que pudiera seguir hablando, Edilene cayó de rodillas entre ellos, con el rostro bañado en lágrimas, sus manos temblando mientras suplicaba.
—¡Por favor, Anahí! —sollozó—. Por el pasado... por el daño que me hiciste... ¡Ayúdame! ¡Tú me robaste al amor de mi vida! Fuiste