—¡¿Dónde está?!
La voz de Hermes resonó en el pequeño y sombrío cuarto como un trueno.
Su mirada, frenética y cargada de desesperación, recorría el lugar con ansias, buscando algún vestigio, alguna pista que lo acercara a Darina.
Esa mujer, a quien había llegado a odiar y al mismo tiempo desear encontrar, era la única imagen que lo consumía.
La mujer frente a él vaciló, sus manos temblaban visiblemente. La expresión de su rostro mostraba miedo, pero también una duda que no podía ocultar.
Finalmente, habló con voz quebrada:
—Lo siento, señor... si hubiese llegado una hora antes... la habría encontrado. Se acaba de mudar.
Las palabras de la mujer cayeron sobre Hermes como un peso insoportable.
Sentía que su corazón se partía en mil pedazos, y la ansiedad apretaba su pecho con tal fuerza que apenas podía respirar.
¿Se había escapado? El pensamiento le quemó la mente.
¿Cómo había sido tan imprudente para dejarla escapar otra vez?
—¿Quién es usted? —la mujer preguntó en un susurro tembloros